Foboles 👽✈️

(Escrito por Augusto Andra en el año 2019)

En la Estación Espacial de Venus, Eugenio espera en la larguísima cola de migración, siente un poco de alergia por un raro olor y parece que los demás extraterrestres lo observan de manera sospechosa y extraña por su humano comportamiento.  

No podía creer lo larga que era la fila de migración en la estación espacial de Venus. Eugenio pensaba que los procesos migratorios y viajes eran más rápidos fuera del planeta Tierra, supuso que un lugar con inteligencia promedio carecía de velocidad sino hubiese una mente superior detrás de todo. Y notando todas las diferentes caras extraterrestres alrededor, no divisaba una que pareciese superior a la mente humana.

Era cierto que la tecnología de la estación espacial era excesivamente avanzada, todos sus empleados eran de inteligencia promedio, o simplemente máquinas programadas por seres superiores, que no tenían tiempo de estar presentes dentro de las instalaciones de la majestuosa estación espacial.  

Eugenio era el único humano por allí, eso le aburría aún más, quería llegar pronto a casa, sentía una leve tensión en su rostro, como cuando sabía que le daría alergia, seguro algún olor extraño le debía estar molestando. Trataba de pasar el rato mirando los rincones de la estación, estaba aburrido en una larga fila para la taquilla de migración. Pero seguía distrayendo su mente viendo las paredes, le gustaba el diseño minimalista del lugar, era una estructura sencilla pintada de blanco, adornada con plásticos blanquecinos y luces blancas muy brillantes. Ciertamente se sentía en un futuro aun más avanzado en el que estaba.

De repente, a Eugenio le picó la nariz, torció la cabeza a un lado y estornudó con fuerza. Las otras criaturas de la estación espacial se le quedaron mirando con los ojos abiertos y la fila se separó de él.

―¡Hijo de Salnah! ¿Nos quieres matar a todos? ―gritó un alienígena gordo y anaranjado detrás de Eugenio.

El sujeto era regordete, con ojos amarillos grandísimos y una piel llena de extraños agujeros con tubos que parecían pequeños cuernos. El olor que le molestaba provenía de ese tipo.

―¡Seguridad, seguridad! ―gritó el alien gordo―. Llévenselo de aquí, acaba de blasquipar todo el suelo con sus foboles ―explicaba el tipo ofendido y asqueado.

―¿De qué coño está hablando? ―preguntaba Eugenio, con una confusión incrédula y sosa.

―¿Usó sus foboles, ciudadano? ―De la nada apareció un enorme oficial de seguridad, interrogando a Eugenio.

El oficial medía como dos metros, era un enorme tipo con uniforme blanco que resaltaba sobre su piel gris oscura como piedra. Su rostro era tan cuadrado y plano que la mirada sobre Eugenio intimidaba al desconcertado terrícola.

―Se lo juro, no sé de qué están hablando. Solo estornudé. ―Eugenio trataba de explicarse moviendo las manos hacia su nariz.

―¡Ciudadano, no vuelva a usar movimientos que atenten con la vida de los otros usuarios de la estación! ―habló el oficial, esta vez su voz sonó como si saliera de unos parlantes.

―¿Habla de mi nariz? ―Eugenio se tocó la nariz con dos de sus dedos, unas gotitas de mocos salieron de sus fosas nasales y como un instinto natural las sorbió hacía dentro.

Hubo una expresión unánime de asombro, todos los presentes abrieron sus bocas; pasmados, retrocedieron poco a poco.

―Había escuchado que los terrícolas eran peligrosos… pero también están dementes ―dijo el alien gordo con repulsión―. ¿Vio como se tragó sus propios foboles, oficial? Nos quiere matar a todos y también piensa quitarse la vida. ¡Detenga a ese loco! ―vociferaba el extraterrestre.

―¿De qué demonios están hablando? Solo tengo un poco de alerg… ―La frase fue interrumpida por un inoportuno estornudo de Eugenio.

Los foboles del terrícola acabaron salpicado todo el lustroso traje blanco del oficial.

―Se lo advertí, ciudadano. Tendré que arrestarlo por agresión criminal y terrorista contra la estación espacial de Venus y contra unos de los oficiales de seguridad ―dictaminó el oficial, posando la mano en su porra.

―No, espere, por favor. Es un gran malentendido ―decía Eugenio con desesperación, pero su nariz no paraba de moquear.

El oficial con piel de piedra levantó la porra y dejó caer todo el peso de la ley sobre el terrícola que, ―sin querer―, blasquipó todos sus foboles en el suelo de la estación espacial de Venus.

FIN

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