(Escrito por Augusto Andra en el año 2014)
Unos misteriosos hombres de traje negro sin rostros descienden desde el cielo en la ciudad de Maracaibo en Venezuela. Topacio, una adolescente que cruzaba el puente Rafael Urdaneta es la única que puede ver a estos extraños personajes con trajes de gala. También percibe el mecanismo de ataque de los invasores, convierten todo en naturaleza, las casas y edificios se vuelven árboles, los humanos se transforman en hojas y ramas, otros son devorados por los hombres sin rostro ¿Cuál es el propósito de estos visitantes? ¿Reiniciar al planeta desde cero o desforestar la raza humana?
Somos un grupo pequeño de personas, nos encontramos atrapados en un bunker situado debajo de lo que fue un edificio de la ciudad. ¿Dije atrapados? Más bien nos escondemos de ellos.
Nos presentaré: hay una familia clásica de cuatro miembros, el padre, la madre, y la pareja de niños, no conozco sus nombres, pero la pequeña me parece muy linda. Un gordito… bueno más bien un gordote, mide como dos metros y es muy gordo, no tengo nada en contra de las personas subidas de peso, pero prefiero ser amiga de ese sujeto a no serlo, alguien de su contextura es peligroso y más en la situación en la que estamos. Hay un tipo muy afeminado, ―no lo soporto―, cada vez que habla quiero golpearle la cara para que se calle, y creo que no soy la única que lo piensa, si tuviera que matar a alguien en este momento… ya saben quién se gana la lotería. Tenemos un señor mayor como de unos setenta años, alto, piel morena y de barba blanca, a diferencia del tipo afeminado, me encanta escucharlo hablar, ―sabe cómo hacerlo―, nos calma, nos reconforta, me sentiría mal si se fuera. Raúl es quien me ayudó a escapar, él es alto y de cuerpo muy definido, cabello negro, creo que debe tener unos 24 años, me gusta un poco y creo que yo también le gusto, aunque no tenemos tiempo para pensar en esas cosas. Por último, estoy yo, mi nombre es Topacio, como las gemas, a mis padres les gustan los nombres raros, mi madre se llama Agatha, algo parecido; tengo 21 años, estatura promedio, atlética, rápida y… ¡Sí! Soy temperamental, algunas cosas me sacan de mis casillas.
Desde pequeña me di cuenta que mi mamá Agatha anotaba todo en una libreta, después vi que en las películas las personas hacían lo mismo; anotan su vida en un diario, plasma sus emociones y sentimientos en pedazos de papel, filtran sus vidas en finas hojas blancas en vez de brindarles ese placer a personas de carne y hueso, algo muy, pero muy estúpido para mí. Escribir tus cosas íntimas en un cuaderno que cualquiera pudiera encontrar si se te pierde, eso no es para mí. Y aquí viene lo curioso, como ya se dieron cuenta, empecé a escribir todo lo que ocurre desde que llegaron ellos. Estoy creando notas, registros de lo que ocurrió, así que presten atención a lo que les contaré a continuación.
Mi familia y yo vivíamos en Maracaibo, ciudad capital del estado Zulia en Venezuela. Aquí en Maracaibo los días eran calurosos, pero ya estábamos acostumbrados, fuimos conocidos como «La Tierra del Sol Amada», o «La Ciudad Horno», pero también como una ciudad fría, no había lugar en Maracaibo sin una unidad de aire acondicionado, por esa razón nunca pasabas calor aquí, a menos que estuvieses en la calle.
Todo comenzó en un día aparentemente normal, a las seis de la mañana me levanté, me arreglé en el baño y comí un buen desayuno, tomé prestado el carro de mi papá Alberto y salí de la casa.
Recuerdo que ese día fue hace como una semana aproximadamente, un martes si no me equivoco. Tenía pensado reunirme con unos amigos en Cabimas, un pueblo a unos minutos después de pasar el Puente General Rafael Urdaneta del lago de Maracaibo. Corrí con la mala suerte de toparme con el más horrible y obstinante tráfico del puente, ese día se pautó el mantenimiento de algunos sectores en las vías y, por lo tanto, solo habilitaron un canal del mismo para ambos sentidos, la cola de carros era enorme y no avanzaba para nada rápido, tan lento y angustiante como tragar canela.
No hay nada más aburrido que estar atrapada en la cola más grande de tráfico en un carro que tiene el equipo de sonido reproductor dañado, por suerte pude colocar música en mi teléfono celular, pero no es lo mismo y necesitaba ahorrar batería. Me encanta el reggae, escuché mi grupo favorito Jahkogba, me encantan sus liricas y letras que fomentan la paz y el cuidado de la naturaleza y el hombre, además de su mezcla de ska, jazz, blus y un poco de rap.
Las horas pasaban y tuve que cortar la música, mi batería se encontraba mediana y todavía no salía de la mitad del puente sobre el lago. Aquí se pusieron extrañas las cosas, estaba aburrida apoyando mi barbilla en el volante del tablero, me entretenía observando las nubes. Vi una en forma de flecha, otra en forma de cruz, y por alguna razón empecé a ver puntitos negros en el cielo, miles de puntitos que iban bajando. Al principio lo tomé como algo divertido, pensé que eran globos de helio, globos soltados de alguna parte y que el viento los traía hacia aquí… pero no fue así, los puntos negros se hicieron más visibles a mis ojos y pude distinguir lo que realmente eran. Como sostenidos por cables invisibles pude ver hombres con trajes negros de gala bajando desde el cielo, ―suena a locura―, pero así fue. El traje típico elegante, los que llamamos comúnmente flux, camisa blanca abotonada hasta el cuello con corbata de un rojo muy vivo, chaleco negro, chaqueta hasta la cintura con botones en las mangas y pañuelo blanco en el bolsillo, pantalones negros, zapatos brillantes de cuero negro, algunos con bastones en mano, otros con paraguas cerrados y unos con pequeños maletines, todos adornando su cabeza con un bombín.
Tenían la piel muy pálida casi blanca, desde mi distancia ―sentada en el carro―, no podía distinguir sus caras. Sentí un frío escalofriante en mi pecho, un sentimiento extraño, algo así como cuando ves en la calle un tipo sospechoso que crees que viene a robarte, un mal presentimiento que podría cumplirse. Bajé de mi carro y vi en el cielo como descendían estos hombres bien vestidos, un hombre en su automóvil detrás del mío tocó la corneta, enfurecido; yo le señalé el cielo para que entendiera el motivo, y aquí es cuando me preocupé. Miré aterrada al cielo, los hombres ya estaban casi a un metro de nosotros y me di cuenta que era la única que podía verlos. Nadie salió de sus carros, ninguna mujer gritó, ningún hombre maldijo sorprendido, ningún niño lloró asustado. Tragué mi saliva para no gritar en ese momento, ellos ya estaban encima de los carros en el puente, el más cercano estuvo unos cuatro autos delante del mío. Como fantasmas atravesaron el techo solido de los autos entrando directamente en ellos, mi corazón latió con fuerza y mi adrenalina se activó, corrí hacia el carro más cercano y observé su interior… el conductor había desaparecido y fue remplazado por este misterioso hombre enflusado, vi su incomodo rostro… No, no, disculpen, era carente de rostro, un vacío en su cara, su cabeza era hueca, como si una cuchara de helado hubiera arrancado su rostro.
Mi grito asustó a todos, el pánico se apoderó de mí, ¿Cómo es posible que nadie pudiera verlos? Volteé para el otro lado del puente, los hombres caminaban por la carretera normalmente; unos hacia la ciudad de Maracaibo y otros al sentido contrario. Corrí hacia mi carro y me quedé sentada pensando en todas las posibles respuestas a lo que vi. Recuerdo que pensé muchas cosas: ¿Soy parte de un programa de cámara oculta? ¿Estoy viendo fantasmas? ¿Me volví loca? ¿Qué son estos tipos? ¿Qué le ocurrió al dueño del auto que vi…? ¿En realidad soy la única que logra verlos?
El tráfico del puente disminuyó y logré salir de la larga cola de carros, aunque esa ya no era mi preocupación, mientras avezaba por la carretera, veía estos tipos de flux caminando por todos lados. Me asusté cuando vi a uno de ellos manejando una motocicleta al sentido contrario de la vía.
Llegué a casa de mi amiga Nora, bajé del carro y corrí rápidamente a tocar el timbre en el pórtico. Nora se asomó desde su ventana y me gritó que pasara, todavía con la adrenalina a millón subí las escaleras y entré a su cuarto. Sentí como si mi corazón se detuviera por un segundo, Nora se secaba el pelo tranquilamente, un enflusado se encontraba parado al lado de ella, Nora me observó sorprendida.
―¿Topacio qué te pasa? Estás pálida… ¿Chocaste el carro de tu papá otra vez? ―dijo Nora, mientras seguía secándose el cabello.
El enflusado levantó su mano, colocó su dedo índice donde debería estar su boca, como mandándome a callar. El bello de mi nuca se erizó, estaba demasiado nerviosa y asustada, tenía una sospecha que no quería que fuese verdad, yo podía verlos ¡Pero ellos también podían verme a mí!
El hombre de negro tocó los hombros de Nora con ambas manos, ella no sintió nada y de mi boca salió un llanto de desesperación. El hombre mucho más alto que Nora comenzó a traspasar el cuerpo de mi amiga, ―igual que un espectro―, se burlaba de mí… A continuación, ocurrió lo más espantoso. Él no se burlaba de mí, hacia otra cosa, la imagen era distorsionada, ambos parados en el mismo sitio causaban una molesta visión, a veces veía al hombre y segundos después veía a Nora. Rápidamente el hombre se abrazó a sí mismo introduciendo a Nora completamente dentro de sí. Mi voz resonó en toda la casa con un grito aterrador, la madre de Nora subió a la habitación asustada, yo choqué contra la pared señalando al hombre con mi mano temblorosa.
―¿Qué pasa Topacio? ¿Qué tienes? ―me dijo la madre de Nora, tratando de calmarme.
La señora volteó y observó al hombre, con cuidado se acercó a él estando a pocos centímetros de su cuerpo. La madre de Nora hizo un movimiento con sus manos como si peinara el aire alrededor de la cabeza del hombre de traje.
―¿No le quedó hermoso el pelo a Nora? ―siguió hablando la madre de mi amiga.
Logré levantarme con mucha dificultad, mis piernas temblaban del susto. Tenía muchas ganas de llorar, no sabía qué estaba pasando. La madre de Nora no podía ver a ese hombre. Ella todavía veía a su querida hija, incluso le acariciaba el pelo. El hombre volteó su cara hacia la madre de Nora y movía sus manos imitando los movimientos que hacía Nora para peinarse, la madre de Nora conversó con el hombre de traje, él hacía movimientos con sus manos y cabeza como si de verdad hablara, asumo que quizá sí lo hacía, ya que la madre de Nora le contestaba, yo era la única que no entendía nada.
―No me asustes así Topacio, voy a seguir cocinando. ―La madre de Nora se marchó de la habitación.
Justo después que la madre de Nora atravesó la puerta, el misterioso hombre aplaudió en mi cara y pude escuchar su voz, ―una horrible voz burlona―, solo escuché su risa, con un tono y una vibración vocal muy robótica y distorsionada. Mi miedo desapareció al instante dando a florecer una ira descomunal. El enflusado se burló en mi cara y estuve tan enojada que apreté mis puños y me lancé contra él, no pude asestar ni el primer golpe, como si fuese un holograma solo traspasé su cuerpo. Su fantasmagórico cuerpo era intocable, mis golpes lo atravesaron sin ningún daño y él seguía riéndose de mí.
El espectral bien vestido hombre caminó hacia la pared tocándola suavemente con su dedo índice, la forma de la pared comenzó a cambiar, su textura liza cambió drásticamente, raíces arboleas se asomaron destrozando y adornando toda la habitación, el cemento de la pared se convirtió en hojas de árboles pegadas unas con otras, todo el cuarto se transformó en un invernadero lleno de hojas y raíces. La extensión de la naturaleza destructiva del hombre de flux se amplió por toda la casa de mi amiga Nora, apoderándose de ella convirtiéndola en un gigante cúmulo de raíces y hojas en forma de casa. El techo comenzó a desboronares cayéndome encima, corrí por toda la casa escapando del derrumbe, pasé por la cocina pensando en poder ayudar a la mamá de Nora, pero solo me encontré con otro hombre de negro. Logré salir por poco antes de que se derrumbara por completo y el viento levantara las hojas verdes que conformaban la casa.
Desde los escombros del lugar aparecieron tres hombres de negro, la familia de Nora. Corrí hacia mi carro y entré apresuradamente. Me doy cuenta que todas las casas de la zona sufrían la misma transformación, convertidas en casas naturales que se derrumban como una torre de cartas y los hombres en flux se levantaban de sus escombros.
Tuve una mezcla de sentimientos mientras manejaba, ira, irritación, tristeza y desánimo. Pasaba por las carreteras que se encontraban desoladas, vi automóviles convertidos en plantas igual que las casas, edificios derrumbándose, estructuras en transformación, hombres de negro caminando por todos lados. La naturaleza nos invadía, las personas desaparecieron, los hombres enflusados se apoderaron del mundo, incluso vi animales muy tranquilos vagando por ahí.
Seguí manejando hacia el puente sobre el lago hasta que tristemente me di cuenta de que ya no estaba, los hombres formales inutilizaron la estructura, pude ver las hojas naturales en las que el puente fue transformado flotando en todo el lago, las vigas del puente seguían ahí convertidas en ramas gruesas clavadas al suelo.
Me tomó casi todo el día darle la vuelta al lago para llegar de nuevo a la ciudad de Maracaibo. En el camino no vi absolutamente nada, el color verde dominaba todo lo que pude ver, el vívido color de la naturaleza se esparció por todo el mundo apoderándose de él. Incluso las carreteras son verdes, hojas y flores adornaban todos los lugares, las raíces del suelo dificultan mi viaje a coche, seguí y seguí durante horas buscando personas sin lograr ver una, solamente hombres de flux.
Conseguí llegar hasta donde debería estar mi casa, la estructura se encontraba casi intacta, la mayor parte de mi morada se había convertido más en raíces que en hojas y por ello pude entrar. Me senté en el suelo de mi “sala”, miré alrededor… recordé todo lo que había ahí: el televisor pantalla plana, el reproductor de Blu-ray, el equipo de sonido que tanto amaba mi papá, la colección de figuras de porcelana de mi mamá encima de la mesita de vidrio, los retratos familiares, cuadros que mi madre compró, el bar con varios licores. Me levanté y caminé hacia la cocina y vi las cosas naturalizadas, recordé una torta de arequipe que guardé en la nevera para comerla cuando volviese. conmemoré mi habitación, la de mi hermana Zafiro, la de mis padres, el estudio donde mi padre trabajaba, recordé incluso los baños donde mi hermana y yo jugábamos de niñas, ahora nada existe.
Me hundí en un triste mar de desolación y me acosté en el suelo de la sala. Siempre estuve pendiente de mis bienes materiales, mi computadora, mi ropa, mi teléfono celular y me imaginaba desesperada si alguna cosa se rompiera o perdiese, pero ahora no me importa en lo más mínimo. No lloraba por mi casa y mis cosas, lloraba por mi familia y amigos, ¡Quiero saber qué pasa! ¿Por qué se llevaron a todos? ¿Por qué a mi familia? ¿Por qué no me llevaron a mí? Estuve llorando hasta que oscureció, me quedé dormida un rato y me despertó un ruido, cuando abrí los ojos me encontré rodeada por tres hombres de negro que me observaban dormir, parados a mi alrededor, su risa me despertó al instante y corrí por la casa hasta afuera, me di cuenta que mi auto ya no estaba, solo un bulto de hojas y raíces.
Aparecieron más hombres y me siguieron, di un grito de furia y comencé a correr a toda velocidad introduciéndome en raíces y troncos para llegar a la carretera y poder lograr huir de ellos. Llegué a la avenida, repentinamente vi una luz y casi fui arrollada por un motociclista que siguió adelante maniobrando para no matarme.
―¡Un momento! ¿Una persona? ―pensé rápidamente al ver la motocicleta alejándose en el horizonte nocturno.
Grité muy fuerte pidiendo ayuda, escuché el giro seco de los neumáticos y vi como la luz del faro se acercaba a mí. La moto frenó a mi lado ¿Recuerdan cuando les hablé de Raúl? ¡El manejaba la moto! Me gritó con fuerza que me montara y salimos volando del lugar alejándonos de los enflusados.
―Tienes mucha suerte que pasé por aquí, preciosa. Me llamo Raúl, ¿y tú? ―Me dijo él mientras aumentaba la velocidad de la moto.
―Topacio. ―Le contesté entrecortada por el aire.
―¿Sabes qué está pasando? ―dijimos los dos al mismo tiempo.
―Esos tipos se comieron a mi padre, no sé de dónde salieron… ―decía Raúl, volteando rápidamente la vista para ver mi cara.
―Yo los vi bajando del cielo. También se comieron a mi familia… pensé que era la única que podía verlos ―dije sollozando.
―Lo mismo pensé yo, era el único que vio a esos tipos como se comían a la gente y convertían las cosas en plantas, ¡Pero te tengo una buena noticia, preciosa! ―Me dice Raúl, con un tono de suma alegría―. ¡No somos los únicos! hace unas horas estaba en mi camioneta, en la radio alguien transmitió un mensaje, hay personas refugiadas en un bunker cerca de aquí. ―Me sonrío cuando hablaba.
―¿Hablas enserio? ―dije yo, muy emocionada mientras apretaba su abdomen para no caerme.
―Espero que sí, preciosa. Ya no sé a dónde ir. ―Su voz se tornó preocupada.
―Dime Topacio, ¿Sí? ―Le respondí sonriendo.
―Esos tipos convirtieron mi camioneta en una enorme maceta verde. Odio el color verde. ―Raúl agregó ese comentario que me pareció gracioso.
―¿Cómo… cómo sabes que «Ellos» no escucharon el mensaje de la radio también? ―Le pregunté, decepcionándolo un poco.
―Dijiste que los viste bajar del cielo. ―Raúl cambió el tema rápidamente, seguro no quería hablar al respecto, tenía mucha fe en ese bunker―. ¿Serán extraterrestres? ―siguió hablando Raúl.
―¿Extraterrestres con flux? No lo creo, parecen fantasmas o algo así ―seguía diciendo después de una risa.
Comenzó a amanecer, llegamos cerca de un sitio lleno de edificios verdes y frondosos, desde el cielo vimos otras cosas que se aproximan. Unas esferas verdes hechas de hojas acumuladas caían estruendosamente, las pelotas de tamaño humano rompían la superficie, algunos edificios y estructuras, clavándose en el suelo. La tierra tembló y nacían rápidamente gigantescos árboles desde el subsuelo, moviendo las placas tectónicas desboronando el suelo como un terremoto, las plantas crecían hasta el cielo aseando la superficie terrestre del concreto humano.
Raúl manejaba de una manera sorprendente, esquivando las ramas que nacían desde el suelo. Vimos a lo lejos a alguien ¿Recuerdan al gordito que les hable? Se encontraba desgarrando hojas en la esquina de una pared. Nos acercamos bajando de la moto, gritamos para saludarlo, pero él seguía con su trabajo ajetreado.
―¿Escucharon la radio? ¡El bunker está aquí abajo ayúdenme! ―Nos emitió, respirando con dificultad.
Desgarramos el suelo buscando la puerta del bunker, el gordito giró y gritó con fuerza, Raúl y yo volteamos la mirada y vimos a los enflusados que se acercan caminando suavemente hasta nosotros, caminaban casi elevados a unos pocos centímetros del suelo como si flotaran y el viento los empujara con cariño. Una inyección de adrenalina se apoderó de nuestro nuevo amigo obeso, levantó un troco pesado el solo y con todas sus fuerzas, lo arrojó a un grupo de hombres de negro. Raúl y yo nos sorprendimos, el gran troco cayó encima de ellos lastimándolos y dejando sus cuerpos atrapados en el suelo retorciéndose como cucarachas.
―Ellos pueden traspasar todo menos las cosas naturales, las cosas verdes que crean ―explicó el gordito.
Logramos entrar minuciosamente entre las raíces del suelo, escarbando con las uñas con la victoria en nuestras narices, la puerta del bunker abrió la esperanza y entramos en ella con el corazón latiendo de júbilo. Los últimos tres sobrevivientes de la naturaleza inhumana llegamos a salvo dentro del único sitio seguro.
Nos recibió el anciano moreno de barba blanca con mucha alegría de vernos. Explicó la situación que padecíamos, aunque la información que recibimos fue casi la misma que conocíamos. Su nombre es Roberto, siendo dueño de una estación de radio preparó con rapidez un mensaje de S.O.S para así dar alojamiento dentro de su bunker personal, a las personas que sobrevivieran a la misteriosa invasión de los hombres de negro.
Minutos después del veredicto de los presentes aprendí a distinguirlos y a recordar sus nombres. Ya los mencioné antes, la pequeña familia de cuatro, el tipo afeminado, ―no me moleste en aprender sus nombres―, excepto el de la pequeña niña llamada Laura, el gordito de nombre Daniel, Roberto, Raúl y yo.
Iniciaron nuestros angustiados y aburridos días en el bunker, hablando y conociendo a las personas; sus miedos, sus sospechas, sus intereses, sus quejas, sus mañas, muchas cosas no muy agradables que instalan en mi pecho sentimientos fríos de tristeza y lástima. Roberto de forma muy amable y cariñosa me consiguió un pequeño cuaderno a rayas y un lápiz, en esta etapa de la situación entendí lo que debía hacer, registrar todo lo que pasa en el mundo, contar mi historia a las futuras generaciones, de cómo los hombres de negro destruyeron el mundo actual devorando sus huéspedes, degenerando el planeta hasta la raíz del mismo, imitando los inicios de la vida.
Ahora narraré en la actualidad, cuando pasen unos días escribiré en mi cuaderno. El tipo afeminado se queja de todo, no abre la boca más que para insultar y blasfemar sobre cualquier cosa que se le pase por la cabeza, se dirige de forma muy irrespetuosa a Roberto, él es su salvador y le debería tener respeto, lo obligaría a besarle los pies como mínimo. Dice cosas como: que no debió enviar el mensaje por radio, las provisiones no alcanzarán, moriremos todos, etc. ¡Me saca de quicio! El gordito no me molesta en lo absoluto, nunca habla y solo juega con una perinola que se encontró en la calle. Los padres de la familia sobreprotegen demasiado a los niños, ―ellos no confían en nosotros―, somos personas ajenas a ellos, y el miedo domina sus corazones. He escuchado hablar a los niños entre ellos, llaman a los hombres de negro: «Los Merobos». Los niños suelen hacer eso, ponerle nombres a las cosas que no conocen, al cabo de varios días ya todas las personas del bunker comenzamos a llamarlos así, los misteriosos y oscuros Merobos.
Solo hablo con Roberto y Raúl, son las únicas personas interesantes entre estas cuatro paredes. Hace un frío horrible, estamos en una nueva era, la era de los Merobos, los nuevos dueños del planeta tierra; los sistemas cambian, ahora estamos en una ciudad fría, la naturaleza se apoderó de todo. Ya ha pasado un mes y las provisiones comienzan a escasear. Roberto, Raúl y yo decidimos salir a explorar. Afuera hay un mundo natural, no hay duda que encontraremos alimento.
Un problema surge con los inquilinos del bunker, el miedo se arriba en nosotros, nadie quiere que la puerta se abra, pero los elegidos a explorar estamos de acuerdo en ir. Los padres de los niños y el afeminado forman una turba, los niños lloran en una esquina y el afeminado arremete contra Roberto, inesperadamente nuestro obeso amigo golpea tan fuerte al hombre afeminado que lo deja inconsciente en el suelo. ¿Y saben qué? ¡Me alegró mucho que lo hiciera!
―¡No nos pueden dejar aquí solos, estamos indefensos! ―grita el padre de los niños.
―¡Esos demonios entrarán y nos matarán a todos! ―apoya la madre a su esposo, mientras abraza a sus hijos tratando de darnos lástima. Pero no funciona.
―¿Eso es lo que piensan? ¿Qué los Merobos son demonios? Yo los vi bajando del cielo ―respondo yo, de mala gana y agitada.
―Son aliens, como en las películas, llegaron aquí por nuestros recursos naturales. Por eso todo lo están volviendo como era antes, de vuelta a las raíces del mundo. ―Por primera vez en mucho tiempo habla Daniel el gordito.
―Yo no lo creo así… los Merobos, pienso que son como vacunas de la tierra. Piénselo con detenimiento, nosotros ya hemos dañado suficiente al planeta, lo contaminamos, nos apoderamos de él, destruyendo la naturaleza, consumiendo sus recursos naturales, envenenándolo con nuestros malos sentimientos y pecados. Ellos son como anticuerpos planetarios, vienen a repararlo todo y devolverlo a su estado original ―responde Roberto, desconcertando a todos.
―¿Quieres decir que somos la enfermedad y ellos la cura…? ―comenta Raúl, llevándose las manos a la cabeza.
El afeminado logra levantarse y asestarle un golpe a Roberto, el gordito Daniel trata de ayudar, pero el padre de los niños lo golpea con un tubo oxidado desmayándolo al instante como una inyección de anestesia. Raúl y yo forcejamos con los demás logrando arrastrar a Daniel y salvar a Roberto llevándolos a una esquina.
―No me interesa lo que piense un viejo puerco, yo los voy a matar para que nadie abra esa puerta, nos quedaremos todos adentro ―grita el afeminado, alterado.
Roberto se levanta frente a nosotros alumbrado con una confianza nata que nos calma a Raúl y a mí. Los niños lloran en la otra esquina mientras su madre les miente y los reconforta. Esta vez sí siento lástima de ellos, no tienen la culpa de pasar por estas calamidades desdichadas.
―La humanidad ha demostrado ser insuficiente, malévola, injusta, lujuriosa e interesada. ¡Solo piensan en ustedes mismos! ¿No se han preguntado por qué los Merobos no nos han comido como a los demás? Significamos algo para ellos, nos tienen aquí por una razón, sí seguimos siendo así tarde o temprano vendrán a buscarnos. ―Roberto trata de calmar el alboroto.
―¡Cállate la boca, viejo idiota! Los Merobos no pueden llegar aquí, el bunker está rodeado por plantas que no pueden traspasar. ―Se explica el afeminado. Tenemos miedo y nos esperanzamos en las palabras que contestará Roberto―. ¡Los voy a matar y sobreviviré con sus restos, después los mataré a todos, no me interesa, ya estamos jodidos! ―sigue gritando el afeminado.
―Entiendo… Yo confié en ustedes como la última esperanza del planeta, pero solo me demuestran lo que siempre supimos, que son una plaga, una pandemia del planeta. ―Roberto contesta y todos nos confundimos.
Roberto truena sus dedos apagando la luz sobre el techo metálico. Vuelve a sonar sus dedos encendiendo la única luz que nos ilumina; nuestras caras asoman el terror más grande de todos, en un abrir y cerrar de ojos, ―o mejor dicho en un pestañar de luz―, somos rodeados por varios Merobos dentro de la habitación. El cuarto se torna oscuro, los trajes negros de los Merobos adsorben la luz, brindando un hosco y tenue ambiente lúgubre.
La madre de los niños desboca un grito aterrador y el refugio de acero tiembla cual terremoto, salimos disparados desde el suelo hasta el infinito cielo, las cuatro paredes salen volando dejándonos a la intemperie que nos rodea de un viento furioso. Los Merobos se acercan a los demás tocándolos suavemente en el pecho, los inquilinos del bunker tratan de defenderse, pero es completamente inútil, nuestros golpes traspasan el cuerpo de los Merobos como tratando de golpear el aire.
Luego que los padres y el afeminado son tocados, la transformación ocurre en ellos, su cuerpo sufre un cambio radical, la piel se torna verde, sus cabellos raíces y hojas que rompen su ropa convirtiéndolos en bellos árboles que caen al vacío mientras seguimos flotando en la plataforma del bunker en el cielo. Daniel nuestro amigo obeso es transformado también.
Roberto camina hacia nosotros y nos obsequia un fuerte abrazo, una sensación maravillosa recorre todo nuestro cuerpo, una luz infinita que estremece cada partícula de mi ser y me indica que todo saldrá bien, mi alma está en paz y sonrío con felicidad. Roberto se aparta de nosotros y sus vestimentas cambian tornándose como un flux igual a los Merobos de color blanco. Roberto gira abrazando a los niños de la misma forma y los introduce dentro de su cuerpo igual que un Merobo. Roberto y los Merobos, ―con delicada forma―, se elevan igual que el viento levanta una pluma caída. Flotan en el cielo alejándose de nosotros impulsados hacia el lugar donde vinieron, el cielo.
―Mis esperanzas en ustedes son infinitas, mis elegidos. Su pureza y humildad los salvó de volver a los orígenes. Ahora serán, junto a otras personas, la semilla que poblará al planeta, tienen en sus manos una gran responsabilidad, cuiden el mundo y no comentan el error que me llevó a reiniciar todo, mis hijos. Esta no es una despedida, es un hasta luego. ―Roberto nos habla mientras sigue elevándose junto los Merobos. Raúl y yo nos tomamos de las manos y nos abrazamos.
La plataforma cae al suelo sostenida como por manos invisibles y nos deposita con delicadeza en la cima de una montaña. Y es ahí cuando nos damos cuenta de lo que realmente ocurrió. La razón de la misteriosa catástrofe, nos enseña que no somos más que unos puntos en el infinito abastecer del planeta. Los Merobos solo apretaron el botón de reinicio y seguimos en el plan de la vida. Somos como Adán y Eva, pero con otros amigos en otras partes del mundo.
Los Merobos del mundo se elevan para volver a su hogar, vemos como poco a poco se despojan de sus trajes y cuerpos materiales. Distinguimos sus cuerpos originales, haces de luz con hermosas alas de plata que suben con gracia al cielo. Han cumplido su cometido, volver a crear todo, limpiar lo inservible y dejar intacto lo que realmente vale la pena cuidar. Nos despedimos de los Merobos que una vez creímos que eran enemigos, sin darnos cuenta de que realmente eran seres venidos del cielo dispuesto a cuidarnos.
FIN