Claudia era muy popular en las redes sociales, se dedicaba a difundir sus trabajos literarios, tenía un repertorio de interesantes y majestuosas historias fantásticas, que compartía con sus seguidores. En su blog personal, publicaba capítulos semanales para que sus seguidores comentaran y la ayudaran a estructurar una historia perfecta, que posteriormente terminaría de pulir para enviarla a la editorial. Era una nueva tendencia muy divertida y eficaz, para complacer al público y que cada seguidor se sintiera parte de la historia.
El timbre del apartamento sonó. William, ―el esposo de Claudia―, abrió la puerta para recibir a sus invitados. El día de hoy celebraban el cumpleaños de Claudia, ella no estaba del todo ansiosa por el agasajo. Su mente estaba en otro sitio, hacía pocas horas había publicado el último capítulo de su novela en el blog y esperaba con impaciencia los primeros comentarios de sus seguidores.
―Las calles son una locura, hay un tráfico horrible ―mencionó Darla, entre tanto su marido le quitaba el abrigo.
―La gente está muy nerviosa por ese nuevo virus. Tú debes saber cómo funciona, William ―indicó Guillermo, el esposo de Darla.
―Soy veterinario, no oftalmólogo ―contestó William con una mueca, echándose a reír.
―Clau, ¡Feliz cumpleaños! ―gritó Darla, con felicidad, abrazando a su amiga.
―Muchas gracias…―dijo sin despegar la vista de su teléfono celular.
Claudia guardó su móvil activando el modo de vibración y tomó asiento para escuchar el televisor.
―Yo estuve leyendo algo de información esta mañana, déjame revisar mi historial de búsqueda en el teléfono ―mencionó William. Activó la sincronización retinal con su móvil para buscar y releerle la info.
Claudia movía los dedos, trataba de hacer lo mismo que William; activar la sincronización retinal de sus ojos con el móvil en su bolsillo, pero por alguna razón el sistema no la dejaba.
―Aquí está, el virus se llama: «Ojos de Eva». Fue creado por un grupo de hackers de la DeepWep. Consiste en una especie de bloqueo neuronal dentro del sistema retinal. El sistema biotecnológico en el cerebro desactiva ciertas funciones visuales, que no le permiten al usuario ver lo que reproducen cualquier tipo de pantallas electrónicas. Parece que en algunas personas también se bloquea el sonido de los aparatos de comunicación. ―Y culminó la explicación.
―¿En pocas palabras? ―preguntó Darla.
―Es un virus que no te deja ver nada en los televisores, teléfonos, tabletas y cualquier otra cosa que use pantallas electrónicas o monitores ―explicó Guillermo.
Claudia comenzaba a sudar a cántaros, tenía las manos mojadas y le temblaban los labios.
―Que horrible… ya entiendo por qué la gente se desespera tanto ―admitió Darla y sacó un cigarrillo―. ¿Y por qué se llama Ojos de Eva? ―formuló otra curiosa pregunta.
―Según la explicación de los hackers. Quieren que todos volvamos a tener la visión original que tuvo Eva cuando mordió el fruto prohibido del paraíso ―argumentó William.
―Patrañas filosóficas ―dijo Darla.
Claudia se levantó de golpe, trató de caminar unos pasos, pero las rodillas le temblaron demasiado y se abalanzó sobre la mesita del centro.
―¡Claudia! ―gritó William, ayudando a su esposa a ponerse de pie―. ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien, te mareaste? ―preguntaba, palpándole las mejillas a Claudia.
―Lo contraje… ―pronunció Claudia en voz baja―. Lo contraje, tengo el virus, ¡Tengo el virus! ―gritó desesperada.
―No, no… no puede ser, no hemos tenido contacto con nadie que… ―William fue interrumpido por Claudia.
―Cuando fui a la panadería a comprar el pastel, había un tipo, había un hombre infectado y me tocó… Era un loco, un demente. La policía se lo llevó ―relató pausadamente.
Con las manos temblorosas, sacó su teléfono celular del bolsillo, pero por más veces que apretaba el botón para activarlo, Claudia solo veía la pantalla negra. Al igual que el televisor, todos los monitores la saludaban con su propia imagen, como si de espejos negros se trataran.
Claudia empujó a su amiga Darla quitándole su teléfono, pero de la misma manera no pudo ver nada en la pantalla.
―¡Claudia, cálmate! ―gritaba su esposo―. Guillermo, Darla, vayan a buscar un médico, yo trataré de calmarla ―pidió William, angustiado.
Sus amigos abandonaron la casa. William llevó con cuidado a Claudia a la cocina y le dio un vaso con agua para calmarla.
―Tengo que revisar mis redes, tengo que revisar mi blog. Seguro alguien comentó mi historia. ―Claudia seguía sin calmarse.
―Siéntate por favor, Claudia. Vamos a buscar ayuda, tienes que calmarte y desactivar o reiniciar tu sistema retinal, quizá el virus se elimine con una actualización, ¿Me estás escuchando? ―William la sostenía por los hombros.
―Tampoco puedo escuchar las noticias, estoy viendo oscuro, William. ¿Qué me pasa? ¿Es el virus? ―Claudia colocaba sus manos a la vista de sus ojos, la imagen poco a poco se volvía opaca y negra.
―¡Desactiva tu sistema retinal! El virus va a dañar las pantallas de tus células fotoreceptoras. ¡Apaga el sistema, Claudia! ―William no paraba de gritar.
La luz en la vista de Claudia se esfumó, fue como el destello de una pantalla apagándose.
―No veo nada, William… ―dijo en voz baja.
―Mierda, no, no… voy a infectarme también ―expresó alejándose de su esposa―. Voy a llamar a Guillermo. ―Y caminó hacía la sala de estar.
Claudia agudizó un poco sus otros sentidos y escuchó su teléfono vibrando en la mesa de vidrio de la sala. Tanteando con las manos, Claudia caminó lentamente hacía la mesita.
―Está totalmente ciega, no sé qué coño vamos a hacer. Habrá que comprar prótesis oculares nuevas, eso es una fortuna… ―William hablaba por teléfono.
Al tener el móvil en la mano, Claudia sentía las vibraciones de todas las notificaciones que llegaban a su celular. Necesitaba desesperadamente ver qué habían comentado en su blog. Con más cuidado, pero con prisa, Claudia se devolvió a la cocina.
La llamada del esposo de Claudia fue súbitamente interrumpida por un golpe. El teléfono cayó al suelo al igual que William, algo muy duro lo había golpeado en la cabeza por la espalda. Su visión estaba borrosa.
―¿Qué… qué haces? ¿Claudia? ―preguntó, desorientado.
―Lo siento, William. Necesito nuevos ojos ―dijo la cumpleañera, levantando una cuchara.
FIN