(Escrito por Augusto Andra en el año 2025)
Cinco personas alrededor del mundo se han percatado de un misterioso y nuevo planeta en el sistema solar. Ellos son los únicos que pueden ver a este extraño Planeta Fantasma, e intentarán averiguar por qué han sido elegidos por este astro para ser sus únicos espectadores. ¿Tendrá algún significado? ¿Qué los hace tan especiales?
Cuando Keibert era niño soñaba con ser astronauta, su interés había comenzado después de ver una vieja película de Steven Spielberg llamada: Encuentro Cercano del Tercer Tipo, ―irónico interés―, porque la historia no trataba de astronautas o viajes espaciales, más bien de visitantes del cosmos. Sin embargo, ese fue el inicio de su curiosa aventura en el mundo espacial, leyendo libros y cómics, artículos de divulgación científica y, ―por supuesto―, interesándose más por las historias de ciencia ficción. Al vivir en Venezuela, su sueño se veía cada vez más lejano, en un país con economía inestable y con la casi imposible posibilidad de estudiar una carrera que lo encaminara a algún centro de investigaciones aeronáuticas y aeroespaciales, su sueño cada vez más se convertía en una fantasía. Y ni pensar de la posibilidad de reunir una cantidad de dinero necesaria para migrar y costearse una carrera universitaria de esa índole, al vivir solo se le dificultaba la tarea de ahorrar dinero. Además, de que ya había gastado una buena cantidad monetaria en ciertas remodelaciones en su casa.
A pesar de tener ese sueño frustrado, Keibert no bajaba sus ánimos de investigar y aprender. Estudió una carrera de ingeniería en sistemas, enfocándose, ―algunas veces de forma ilegal―, al trabajo de hackeo de sistemas; desarrollo de aplicaciones de bots y mediciones de métricas en la web y redes sociales. Sus prácticas favoritas se fijaban en la navegación dentro de la deepweb para buscar clientes o aprender pequeños trucos para su trabajo, ―además de ganar en dólares, obviamente―.
Sabía inglés a la perfección, por lo que su hobbie era entrar, ―de manera ilícita―, a centros de investigación para leer información y abastecer su conocimiento, era el único tipo de información que se negaba a robar y vender, por cuestiones de su propia ética y moral.
Hoy era un día especial, por primera vez en mucho tiempo, Keibert había conseguido un hallazgo único para él, y no lo pensó dos veces para presionar el clic de su mouse y acceder a un particular artículo en una tienda de bajos recursos, ―que remataba objetos para subsistir―. Según la descripción de la tienda online, arrumado y olvidado en la esquina de una antigua casa de gente acaudalada, el vendedor de la tienda encontró un telescopio viejo modelo Bresser Classic 60/900 EQ Refractor, de esos con lentes de poca apertura para observar la Luna y algunos planetas cercanos a la Tierra. Por su antigüedad y mal estado, el telescopio se vendía por un precio razonable para Keibert, era cuestión de quizá desarmarlo, limpiarlo adecuadamente y reajustarlo para que quedara como nuevo. Y justo esa tarde, llegaría el paquete con la compra del telescopio.
Aquel Bresser era lo más cercano que Keibert había podido estar de las estrellas, alguna vez de niño fue un observatorio, pero, ―para su mala suerte―, el gran telescopio estaba averiado por desuso. Hoy sería el día, ―quizá no precisamente esa noche―, que podría darles un verdadero vistazo a las estrellas con sus propios ojos.
Luego de que llegara el paquete, ―después de unas horas―, desarmando y armando el Bresser, ―con un tutorial en YouTube como guía―, Keibert sentía la exuberante emoción de un pequeño niño, deseando que la noche cayera para apuntar el lente al cielo nocturno.
Ese día no trabajaba en concreto, por lo que intentó matar el tiempo viendo una película, saliendo a caminar con su perro Helios y preparando la cena. Ya pasadas las 7:30 p.m., Keibert abrió la ventana, posó el telescopio, se tronó el cuello y las manos, posando con emocionante delicadeza, su ojo derecho en la mirilla.
Los lentes y el foco se vieron borrosos, con la mano ajustó el calibre precisando la medición de la distancia, ―hasta finalmente―, dibujar un punto blanco en la oscuridad del exterior terráqueo que, ―poco a poco―, se apreciaba más como un cuerpo gris con cráteres llamado Luna.
Keibert estaba fascinado, ―absorto y feliz―, que incluso se le quitó el hambre olvidando la cena que había preparado. Anotó los ajustes del lente en una pequeña libretita en su mesita de noche y volvió a pegar el ojo a la mirilla.
Moviendo el Bresser con cuidado, navegó en aquel mar oscuro con destellos, observando otros cuerpos celestes, rocas que se movían, ―e incluso―, llegó a divisar un satélite, del cual hizo anotaciones en su libreta para investigar más tarde.
De repente, vio algo que le llamó la atención, ―en el intento de enfocar al planeta Marte―, el supuesto cuerpo rojizo del espacio, ―el planeta más cercano a la Tierra―, justo al borde donde se limitaba con el gigantesco astro llamado Júpiter. Keibert divisó una mancha purpúrea y rojiza, con una espesa bruma que rodeaba su circunferencia, acaso era… ¿otro planeta?
Eso podría ser una coincidencia remotamente inexplicable y poco probable. Pero, ¿y si era verdad? No era algo tan descabellado, había leído artículos de ese estilo, aficionados haciendo descubrimientos grandiosos, solo por observar en un preciso y adecuado momento de la historia. Como aquel niño canadiense que supuestamente descubrió una pirámide maya; William Gaudory había usado la tecnología satelital de Google, y el posicionamiento de ciertas estrellas para geolocalizar un punto en concreto en la península de Yucatán en México, donde aparentemente halló una pirámide escondida. O también, otro niño venezolano, ―aficionado a la ciencia y astronomía igual que él―, llamado Miguel Rojas; que con la ayuda de la organización Órbita CI 30, en conjunto con la Asociación Larense de Astronomía, descubrió el asteroide 2021GG40, precisamente en casi las mismas coordenadas que Keibert estaba observando, en el límite entre Marte y Júpiter.
¿Qué debía hacer ahora? Nunca había escuchado hablar de otro planeta entre Marte y Júpiter, ese espacio estaba ocupado por el gran Cinturón de Asteroides, era algo completamente imposible e inusual. Y, ―pensándolo detenidamente―, sonaba bastante improbable que ningún registro de la humanidad y la astronomía haya registrado un cuerpo celeste tan enorme. La IAU ―Unión Astronómica Internacional―, hacía constantes mapeos espaciales como para no notar algo tan enorme del tamaño de un planeta. ¿Y si no era un planeta? ¿Un colosal asteroide quizá? Probablemente ya se sabría la noticia, pero no había corrido por los medios para no esparcir el pánico global como en esas películas de ciencia ficción como Armaggedon o Impacto Profundo.
¿Y si la casualidad le hubiese dado la primicia a él? Le parecía imposible la posibilidad, la oportunidad del millón en destacar y hacerse visible en el mar infinito de las estrellas. ¿Cómo debía proceder para comunicarse con alguna entidad certificada? ¿Le pondrían su nombre al planeta asteroide? Keibert le sonaba raro para un cuerpo celeste, pero luego recordó un supuesto planeta llamado Kepler 22-B, el aparente exoplaneta de la denominada zona “habitable”, bautizado así por el famoso matemático y astrónomo alemán Johannes Kepler. Entonces, su nombre no le sonaba tan raro para un planeta, ―de hecho―, le sonó hasta genial.
“Venezolano Keibert Jelambi descubre un nuevo planeta en el sistema solar de la Vía Láctea”. Se imagina el título en artículos en Internet de divulgación científica y periódicos de todos los países. Parecía un niño cuando volaba su imaginación, hasta que la realidad lo aterrizó como un transbordador cayendo de nuevo en la atmósfera. Algo dentro de sí mismo le decía que debía mejor guardar anonimato, además…
¿Cómo iba a capturar la imagen de ese planeta? El Bresser era demasiado viejo para digitalizar la imagen y no contaba con el equipo adecuado para conectarlo a su computadora y renderizar una imagen óptima; nunca se le había pasado por la cabeza ni la más remota idea de hallar algo en la inmensidad del cosmos. Si había surcado la duda de digitalizar alguna buena imagen, pero por el momento solo quería el telescopio para saciar su curiosidad en ver el espacio. Ni siquiera había manera de conectar una cámara o un teléfono para capturar la imagen.
Decepcionado por la inutilidad de su progreso, Keibert entró en Internet para hacer una minuciosa y exhaustiva búsqueda de información: era obvio que alguien más o alguna organización, ―con mejores equipos que el suyo―, habrían hallado al misterioso planeta asteroide.
Durante horas estuvo leyendo artículos, blogs y conversaciones, ―hasta que finalmente―, escondido en un pequeñísimo foro de Reddit, se topó con un par de personas hablando del tema. Lo llamaban: el Planeta Fantasma, algunas personas habían avistado su presencia en telescopios al igual que él, ―no obstante―, muchos otros comentarios daban a entender que no podían verlo, que era un simple clickbait para acceder al foro, o simples fake news con el propósito de difamar a algún medio de comunicación o para esparcir pánico y desinformación.
El administrador principal del foro era un tal Tomuma, el cual tenía el emoji de la bandera de Japón. El tema había comenzado con su comentario:
«Buenos días a todos, por motivos legales y de privacidad no puedo revelar mi identidad. Sin embargo, este es un tema que me ha estado atormentado varios días y necesito compartirlo para expresar de alguna manera que no me estoy volviendo loco.
El único detalle que puedo revelarles sobre mí, por obvios motivos prácticos de esta información, y veracidad de mi testimonio; es que opero en Kadena Hikojo, La Base de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, ubicada en las ciudades Kadena y Chanta en la Prefectura de Okinawa en Japón, conocida también como La Piedra Angular del Pacífico.
Mi trabajo como operador aéreo dio pie al interesante hobbie de exploración espacial. Usando un telescopio casero profesional (Omegon AC 102/660 AZ-3), a la fecha del 15 de Septiembre del 2020, capté en el lente una extraña formación en el perímetro después del Cinturón de Asteroides entre el planeta Marte y Júpiter, en la zona conocida como La Gran Brecha. Una pequeña masa de color púrpura y roja que se distorsionaba.
(Adjunto imágenes de la primera captura):»
Keibert observó las imágenes, era evidentemente el mismo objeto que había visto él, aunque se veía más pequeño, ―quizá era efecto de los diferentes tipos de telescopios―. Siguió leyendo el post de Tomuma.
«Me pareció curioso el hallazgo y de inmediato discutí el tema con varios compañeros en Kadena Hikojo. Para mi sorpresa, los colegas que compartían mi interés por las estrellas no eran capaces de capturar la misma formación con sus telescopios. Me parecía sumamente extraño e interesante, debido a que para mí fue fácil de encontrar en repetidas ocasiones.
Durante mis vacaciones de invierno, visitando Tokio, (con un permiso especial de mis superiores), fui bien recibido en el NAOJ, el Observatorio Astronómico Nacional de Japón, en la ciudad de Mitaka. Fue sorprendente lo sencillo que fue localizar, lo que ahora denomino como: ¡Planeta Fantasma! Con una calidad nítida e innegable, adjunto a continuación las imágenes que logré fotografiar con el gran telescopio.
(Adjunto imágenes de la segunda captura):»
De una calidad y render al nivel de una película de alto presupuesto de ciencia ficción, Keibert vio, ―con hincapié y detalle―, la enorme figura del supuesto Planeta Fantasma. Una masa oblicua al igual que los otros planetas de la Vía Láctea, con la particularidad de estar rodeado por gases oscuros como brumas espaciales.
«Siguiendo un protocolo disimulado, tan solo de interés y curiosidad por el espacio, envié a imprimir en el laboratorio del NAOJ, las imágenes del Planeta Fantasma, con el osado ímpetu y esperanza de esperar una respuesta grata y sorprendente por parte de los empleados del observatorio. No fue para mi sorpresa, que al igual que mis compañeros en Kadena Hikojo, ninguno de sus empleados era capaz de ver algo, que en evidencia fotográfica era real para mí.
Por estas mismas razones, y con la esperanza de encontrar a mis semejantes, pido por favor, que, si alguno de ustedes tiene la capacidad de ver lo que yo creo haber encontrado, de todo corazón, me regale algo de su tiempo y escriba en este post sus opiniones, inquietudes y evidencias.
Mi rendimiento profesional ha sido afectado por las influencias de esta imagen en el espacio, necesito saber si alguien más se siente observado por este astro fantasma… Por favor, ayúdenme a no estar solo…»
Y culminaba el post de Tomuma con un sabor amargo y triste.
Keibert suspiró compadeciéndose de él, sentía la angustia en sus palabras y, ―al mismo tiempo―, sintió un ligero atisbo de temor que comenzaba a brotar en su mente. ¿Qué era el Planeta Fantasma?
Siguió leyendo los siguientes comentarios en el post. La mayoría de la gente le seguía el juego, pero Keibert notaba el sarcasmo entre líneas. Otros simplemente hacían capturas de pantalla de la misma imagen del post de Tomuma asegurando que no había ningún Planeta Fantasma en las imágenes, ―y otros desgraciados―, simplemente hacían montajes en Photoshop para hacer parecer que había un planeta en las fotografías. A Keibert le molestó ver los montajes donde un planeta mal recortado por la gente y, ―algunas veces pixelado―, se sobreponía encima la imagen nítida y real tomada por Tomuma.
De entre todos los posts, Keibert destacó unos interesantes comentarios, no supo entender si se trataban realmente de otras personas capaces de ver el planeta, o si eran este tipo de conspiranoicos en busca de teorías extravagantes y locas para creer.
Se trataba de una chica australiana, ―Keibert tuvo que buscar la bandera de Australia en Google para poder identificar la nacionalidad―. Su contribución al tema, ―a pesar de ser interesante―, no sabía si tomársela en serio.
«¡Amigos, amigos! Olviden lo que no ven sus ojos, no todos estamos preparados para ver y percibir lo que se aproxima. ¡El planeta está ahí! Aun si no pueden verlo, los astros no mienten.
Con gusto me presento, soy Nadia Wulf, he trabajado por más de veinte años en el área de la astrología, el flujo de las energías terrícolas y espaciales, medina astral y homeópata, la interpretación de los astros en las constelaciones y su influencia en las cartas y nuestras vidas.
Llegué a la conclusión, sacando una carta astral de este nuevo planeta, usando las cartas natales. Que es probable que este nuevo Planeta Fantasma, conlleve una carga negativa muy grande para la humanidad, las cartas no mienten, los arcanos han hablado.»
Y adjuntó una imagen con una tirada de cartas del tarot.
“La primera carta fue El Loco, en esta instancia se relaciona con el espacio-tiempo y su dualidad, veo desequilibrio y desorientación en crecento. La segunda carta fue El Carro, un arcano que simboliza una trayectoria, un viaje, un camino hacia una victoria… Esta es una lectura peligrosa, el planeta se mueve hacia nosotros y está buscando algo en quienes lo vemos. Por último, la carta final fue El Diablo, una visión atada a los placeres carnales, al vicio, a los deseos materiales y a los excesos que nos degradan; en esta tirada es una carta de mal augurio, el arcano nos avisa no solo de un peligro inminente, sino también de una limpieza, debemos cercenar y quemar lo que nos aqueja para poder enfrentar la llegada de este astro que nos visitará pronto.
Debemos actuar de manera positiva desde este momento, solo las buenas acciones y un aura limpia en constante energía positiva y meditativa, podrá tener la fortaleza de soportar la carga que llegará con el planeta.
Todavía estamos a tiempo, debemos rezar, perdonar, compartir y fortalecer.»
La chica culminaba el mensaje con varios links a sus redes sociales, donde vendía baratijas de protección espiritual entre otras cosas que no le interesaban a Keibert. Un poco desalentador, ―no obstante―, era hasta ahora la única que aseguraba haber visto al planeta. Keibert anotó su nombre en una libreta.
Pasaron unos segundos, ―serenos y pensativos―, Keibert dudó si debía postear un comentario, no quería parecer una persona extraña e interesada en temas sobrenaturales, su testimonio no aportaba veracidad al carecer de pruebas como las fotografías.
Al mismo tiempo, no quiso sentirse solo y, ―en un sentimiento de respaldo humano―, quiso ser compasivo con los demás interesados. Tomuma tenía pruebas, y Nadia, ―al final―, tenía buenas intenciones. Así que abrió su cuenta, he hizo un sencillo post respondiendo al comentario inicial de Tomuma en el foro.
«Mi nombre es Keibert Jelambi, soy un aficionado al mundo espacial. Mi telescopio es un viejo modelo Bresser Classic 60/900 EQ Refractor, no tiene conexión digital, no puedo ofrecer pruebas, y no sé si puedan creerme, pero… Puedo verlo… ¡Puedo ver el Planeta Fantasma!»
Un mensaje sencillo, concreto y corto. Esperaba llamar la atención de Tomuma.
Luego de escribir, sintió una corriente eléctrica en su cuerpo que despertó una ansiosa emoción de ser parte de algo misterioso e increíble. Volvió a mirar por su telescopio, verificando al Planeta Fantasma, efectivamente seguía ahí. Haciendo una comparación mental en su cabeza, era evidente que la imagen que percibía su Bresser era de mayor tamaño, ―era extraño―, no creía que este modelo viejo superara al telescopio Omegon de Tomuma… Entonces, ¿podría ser verdad lo que decía Nadia? No era una rebuscada metáfora astrológica… ¿El planeta estaba aproximándose a la Tierra?
Soltó un risa nerviosa e irónica, no podía ser verdad.
Durante el resto del día, Keibert siguió sus actividades rutinarias, descargó la app de Reddit en su teléfono para estar al tanto si Tomuma o Nadia respondían su comentario. Decidió jugar videojuegos hasta cansarse.
Antes de acostarse a dormir, ―luego de cepillarse los dientes―, Keibert observó una notificación en su teléfono, un mensaje privado desde Australia.
«Buenas vibras, Keibert. Soy Nadia Wulf. Estoy segura de que leíste mi post. Vengo a advertirte sobre el Planeta Fantasma, ahora que lo has visto serás influenciado. Debemos tener unas 15 horas de diferencia horaria, espero que no estés durmiendo en este momento, pero por favor, no me ignores, es por tu bien. Desde hoy debes usar una protección espiritual, espero que en tu hogar tengas un atrapasueños, un mandala o gemas protectoras… Ponlas debajo de tu almohada, te ayudarán a dormir. Coméntame como te fue, me preocupa tu bienestar al igual que Tomuma. Buenas noches. Tu amiga Nadia Wulf.»
Un mensaje un tanto raro, ―de cierto modo―, Keibert sintió una especie de alivio al notar el interés de Nadia, no se sintió ignorado, ―aunque probablemente ella le enviaba el mismo mensaje a todos los que escribían en el post de Tomuma―. Para ser recíproco, tuvo la necesidad de responderle, le dio las gracias y aseguró que conseguiría alguna protección como las que recomendaba.
La verdad, no tenía mandalas, atrapasueños, ni mucho menos piedras protectoras, lo más parecido que tenía a la mano era una estampita del Dr. José Gregorio Hernández que le pertenecía a su madre.
―No creo que Goyo me proteja de las fuerzas fantasmales del espacio ―dijo en son de broma―. Pero uno nunca sabe. ―Se persignó y puso la estampita debajo de la almohada.
Una tenue luz se colaba entre la cortina, ―semi corrida―, y en la ventana donde Keibert posaba su telescopio. Como un manto iluminado, la figura de la ventana dibujaba unos bonitos barrotes sombríos en la pared, al lado de la cama de Keibert.
La luz no le molestaba, Keibert estaba acostumbrado a cubrirse la cara con la sábana o con su brazo; ―de hecho―, los patrones de la reja de la ventana le parecían bonitos dibujados en la pared, como una especie de estrellas de alambres unidas por fierros.
Entre las ramificaciones de las sombras de la ventana, algo se asomó, otra sombra que se unía al patrón de las estrellas. Una sombra larga y alta, como si una persona enorme se hubiese asomado por la ventana.
A pesar del ensueño, Keibert sintió la oscuridad invadiendo la luz que se filtraba. Entreabrió los ojos, observando con borroso sueño, aquella extraña sombra que cubría su habitación. Abrió los ojos con más atención, lentamente, ―y sin hacer ruido―, arrastrando su cuerpo sentándose al tope de la cama… ¿Qué era eso en la ventana?
Atenuando la vista, Keibert intentaba descifrar quién estaba husmeando en su ventana. ¿Podría ser un ladrón? No tenía nada a la mano con que defenderse, y ni loco iba a usar su nuevo telescopio para golpearlo. Sin embargo, esa silueta, ―iluminada en contraluz―, se movía de manera extraña. Keibert diferenciaba su forma jorobada, sus brazos largos y rodillas flacas flexionadas. Por un segundo, le pareció imposible que un ladrón escalase hasta el segundo piso de su casa, ―sí era probable que ocurriese―, pero era demasiado riesgoso para un criminal escalar tan alto para robar… ¿qué? Él no tenía nada de valor que valiera la pena el riesgo.
Con cuidado, Keibert deslizaba su mano lentamente hasta la mesita de noche al lado de su cama, quería tomar su teléfono celular y encender la linterna para iluminar la ventana. Cuando tocó su teléfono, se le resbaló de la mano, el ruido alertó a la cosa de la ventana. Un ruido gutural y rasposo resonó en la mente de Keibert paralizándolo.
Cuando giró a la ventana, vio un par de ojos brillantes mirándolo fijamente; lo particular de esa mirada era que se sentía más próxima. La cabeza de esa sombra parecía estar adentro de la habitación; Keibert comenzó a sudar frío, un leve pánico lo azotaba en los nervios… Miraba fijamente, ―sin pestañear―, la sombra de la ventana, ―y de pronto―, se dio cuenta de que las piernas flacas, su tronco y brazos, se entremezclaban con la oscuridad dentro su habitación, eso fue lo que le heló la piel a Keibert. Justo en ese instante, se dio cuenta que aquella cosa siempre estuvo adentro de su cuarto.
La sombra se irguió sobrepasando la altura de la ventana. Era una persona alta y raquítica, con una particular forma gruesa en su cabeza, como si sus trapecios se unieran desde sus hombros hasta por encima de sus orejas.
La criatura no dejaba de posar la mirada en Keibert, quizá esperando algún movimiento. Para su suerte, le había dado tiempo de tomar con los dedos su teléfono; por alguna razón, ―su lógica le decía que―, si esa cosa era una sombra o una especie de fantasma sobrenatural, quizá el flash de su cámara o la luz de su linterna lo espantaría.
Aun con las manos temblorosas y empapadas de sudor, Keibert se las apañó para activar su teléfono y su cámara. Movió lentamente la mano, en lo que él pensaba que sería un buen ángulo, ―no solo para espantar esa presencia con el flash―, sino para aprovechar el momento y obtener una fotografía como evidencia, ―si es que la cámara era capaz de captarlo―. ¡Nadie le iba a creer esta anécdota!
Apretó los dedos con fuerza para que su celular no le temblara en la mano, deslizó el pulgar en la esquina de la pantalla para activar la cámara y, ―con cuidado―, presionó activando el flash. Cuando estuvo a punto de tocar el botón, sintió un escalofrío en el hombro, ―tan helado―, que toda la piel se le puso de gallina y sus vellos se erizaron, ―a tal punto que se mareó―, percibiendo una pesada agonía encima de él.
De soslayo, vio una mano oscura y sombría aproximándose a su hombro, ―con dedos gruesos y pantanosos―, como si la misma sombra se estuviese derritiendo. Fue inevitable voltear la mirada a lo desconocido. El rostro de Keibert se curvó en una mueca de miedo, el sudor le recorrió la frente y sus ojos se humedecieron del terror.
Una segunda sombra había aparecido a sus espaldas, colándose desde la pared, ―cual fantasma maldito―, atormentando a un huésped de una mansión embrujada. Los ojos de Keibert, ―abiertos como enormes platos―, detallaron con más claridad la presencia abismal. Sí era una sombra, ―pero no una como tal―, más bien como una especie de manta oscura hecha con retazos de algo que parecía una mezcla entre algas o tela negra, con moho, barro o brea de color negro.
Lo que más perturbó a Keibert fue el rostro de esa cosa. Su cabeza parecía un cráneo humano envuelto de un líquido espeso y negro, las cuencas en sus ojos fulguraban un brillo rojizo espectral que lo hipnotizaba, ―y al mismo tiempo―, lo llenaba de una sensación melancólica y desesperante de encierro.
Keibert se consideraba una persona valiente, había sufrido sustos extremos en accidentes de autos, lo había robado en la calle con armas en mano, se había enfrentado a perros rabiosos, incluso había superado la desaparición de su madre y su hermana. Pero jamás en toda su vida, había experimentado un miedo tan intrínseco en su corazón, como si una aguja caliente y venenosa se le estuviese clavando en el pecho, explotando la coraza del globo que representaba su valentía.
Se hiperventiló, entrando en un estado de pánico tan desesperante que no pudo moverse y su respiración comenzó a ahogarle.
La criatura en la pared, apoyó uno de sus brazos en la cama, arrastrándose en las sábanas para poder salir del muro. Entretanto, la criatura de la ventana, ―más alta y larguirucha―, dio unos pasos agachándose para observar también a Keibert. Dentro del espectro de la luz de la ventana, Keibert también vio el rostro de la criatura de la ventana, era idéntico al otro, solo que su cabeza era más gacha y sus hombros gruesos le cubrían la cabeza, como si fuera una caperuza de barro.
La criatura en la pared se detuvo, viendo a Keibert al rostro. Desde su boca, pronunció palabras que sonaban como fantasmales susurros y melódicos sonidos cual combinaciones de gorgoteos con gemidos. La otra criatura le respondía en una conversación, como si estuvieran decidiendo qué harían con el humano frente a ellos.
De nuevo, centrando su atención en Keibert, la criatura en la cama lo señaló, regalándole unas inentendibles palabras. Keibert rezaba, recordando la estampita del Dr. José Gregorio Hernández que había guardado bajo la almohada, pero estaba demasiado paralizado del susto como para moverse y cogerla. El monstruo hizo unas señales con su mano, las repitió varias veces antes los ojos de Keibert, intentando otro tipo de comunicación. Un extraño gesto le indicó a Keibert que la criatura se había enojado, ―ya que él no entendía el mensaje―. El otro monstruo levantó su dedo largo y esquelético, señalando su boca en un gesto de silencio he hizo el sonido común y corriente de: «shhhh», acompañado de esos raros sonidos con gorgoteos.
Poco a poco, Keibert comenzó a ver a través de las pieles de las criaturas. Su forma física desaparecía, desvaneciéndose lentamente hasta volverse translucidos y desaparecer como si nunca hubiesen existido en ese plano.
Esa noche Keibert no pudo conciliar el sueño, pasó el resto de la madrugada con los ojos abiertos, calmando su respiración y sosteniendo la estampita de Goyo entre sus manos.
A la mañana siguiente, luego de por fin poder dormir un par de minutos, Keibert se apresuró al baño para tomar una ducha extensa y fría. Las heladas gotas de la regadera le recorrían la piel limpiándolo del miedo que todavía le agitaba el corazón.
Inmediatamente después, entró en su computadora revisando el mensaje privado que Nadia Wulf le había enviado, lo releyó asintiendo en cada palabra. Esa chica conocía cosas que ni Tomuma había escrito.
Keibert abrió otra pestaña en su navegador y buscó la tienda esotérica más cerca a su casa, copió la dirección y, ―más pronto que tarde―, había vuelto a casa con un puñado de atrapasueños de todos los tamaños, palo santo, cuarzos protectores y, demás amuletos y piedras preciosa para la limpieza, buena vibra y protección. No sabía si funcionarían del todo, pero prefería prevenir que lamentar otro encuentro con esas cosas de anoche.
De repente, recordó esas señas que la criatura le había hecho con las manos… Podrían ser, ¿lenguaje de señas? Indagando en Internet consiguió un sitio web educativo para quienes querían aprender idioma sordo mudo, buscó cada señal y la tradujo al pie de la letra. La criatura decía con varias señas: «Ayuda».
Keibert rio de ironía, no se podía creer que la criatura estuviera pidiendo socorro… Quizá estaba equivocado, malinterpretó o recordó mal las señas que había hecho esa cosa.
No había tenido tiempo de desayunar, se preparó algo y se dispuso a revisar de nuevo el post de Tomuma. Buscaba comentarios fuera de lo normal, alguna anécdota paranormal que quizá coincidiera con algo remotamente parecido a lo que le había ocurrido, ―pero fue inútil―, ni siquiera los varios posts hechos por Nadia Wulf, hablaban de encuentros de ese tipo… ¿Habría sido el único? ¿El primero?
Abrió de nuevo la conversación con Nadia y le escribió:
«Tenías razón… No sé qué son… Vinieron a verme, entraron a mi habitación anoche y se comunicaron conmigo».
Envió el mensaje esperando que pasaran las horas para una futura y esperanzadora respuesta. Odiaba tener una diferencia horaria tan grande.
La ansiedad lo carcomía, siguió leyendo comentarios en el foro, hasta que se le ocurrió una idea. Él era un hacker, ―muy bueno, además―. ¿Qué tanto le tomaría entrar en un par de servidores y contactar directamente con Tomuma o a Nadia? Se tomó en serio la idea, se sonó los dedos con manos a la obra, se preparó un café e inició su trabajo.
Para su sorpresa, había sido más sencillo de lo que esperaba. La información de Nadia Wulf era pan comido, en todas sus publicaciones dejaba un enlace a sus redes sociales y, ―desde esa ruta―, conseguir su número telefónico era cuestión de un pestañeo. Con Tomuma fue un poco más complicado, hackeando el servidor de Reddit con el usuario de Tomuma, consiguió su correo electrónico y, ―otros correos vinculados de seguridad―, averiguando que su verdadero nombre era Tsutomu Matsuoka; desde ahí consiguió un perfil de una red social japonesa, le costó un poco traducir algunos textos hasta dar con su número de teléfono, ―usó el recurso de Chat-GPT para pedirle una traducción más fidedigna―. Esperaba que Tsutomu usara Telegram o Whatsapp para poder comunicarse con él, ―por Nadia no se preocupó―, estaba seguro que ella era más activa.
Armándose con un valor osado, se tomó la libertad de crear un grupo en Whatsapp para agregarlos a ambos, se arrepintió al último momento y decidió esperar a que Nadia respondiera su mensaje privado o a que quizá Tomuma viera su respuesta en el foro.
El día transcurrió con normalidad, Keibert dedicó tiempo de trabajo para distraerse, pero no podía sacarse de la cabeza las monstruosas figuras sombrías. Pensó en dibujarlas, no era muy diestro para la ilustración, entonces recordó esas famosas IA que estaban de moda para ilustrar. En el buscador de Google optó por el primer resultado, ―la IA más popular―, entró en su servidor de Discord, leyó un par de guías de Midjourney y decidió por aplicar la versión gratuita para hacer algunas pruebas.
El primer intento fue: «Fantasmas Espaciales», la IA arrojó una serie de resultados que iban desde fantasmas comunes en el espacio, a trajes de astronautas con auras sobrenaturales. La IA acataba las directrices de forma muy literal y concisa, por lo que Keibert decidió darle un prompt mucho más específico y con detalles para asegurarse de que arrojara lo más parecido a lo que tenía en mente. La indicación fue: «Sombras esqueléticas y fantasmales hechas de barro, con ojos rojizos en una habitación oscura de noche».
Esperó unos segundos, mientras veía como la IA iba redibujando y diseñando en base al prompt, hasta que el resultado fue literalmente lo que Keibert había descrito. No era una réplica exacta, ―o dos gotas de agua a lo que Keibert recordaba―, pero era espeluznantemente similar. Midjourney había ilustrado un esqueleto oscuro cubierto con un manto de barro, sentado encima de un escritorio. Lo que más aterró a Keibert fue que en la parte superior de la ilustración, había una ventana con un cielo nocturno, una gigantesca luna con un pequeño planeta al lado, quizá era una coincidencia aterradora y ese detalle lo guardó en su memoria.
De inmediato, guardó la imagen en el Drive de su correo. Pensó unos segundos si debía publicar la ilustración en el foro de Tomuma, no quería parecer un loco y mucho menos otro demente raro después de los extraños posts de Nadia… Además, ¿Qué iba a escribir en ese post después de adjuntar la imagen?
No quiso pensar más, ¿qué podría salir mal? El foro de Tomuma estaba lleno de varios haters y su contribución, ―a pesar de parecer un post extraño―, era solo eso… un post extraño con una imagen rara. Por lo que simplemente, sin dejar ningún comentario extenso, adjuntó la imagen y escribió: «Después de la medianoche».
Transcurrieron apenas unos cuantos segundos, cuando un mensaje privado llegó a su bandeja. Keibert pensó que sería Nadia con algún consejo espiritual, pero cuando abrió la bandeja de entrada vio un mensaje directo del usuario Tomuma.
«Tenemos que hablar». Fue lo único que Tsutomu Matsuoka envió.
Ese fue el gatillo que necesitó para armarse de valor y crear el grupo en Whatsapp agregando a Tsutomu y Nadia.
«Hola, amigos. Soy Keibert Jelambi, del foro del Planeta Fantasma en Reddit… Necesito ayuda».
Al cabo de unos segundos, Tsutomu Matsuoka respondió:
«¡Sugoi! ¿Cómo conseguiste mi número? ¿Eres un hacker?».
Una sonrisa se dibujó el rostro de Keibert. Tsutomu le dio muchas buenas vibras, fue un pensamiento que hubiese salido más bien de Nadia.
«Sí, soy hacker. Sé que parece un movimiento ilegal, pero tu información y la de Nadia fueron fáciles de rastrear. Con un poco de tiempo y habilidades, pude encontrar los datos en redes sociales».
El check de su mensaje se tornó azul y Tsutomu respondió con un emoji de asombro. Un segundo después, envió una fotografía de alta resolución. Keibert apenas y distinguió qué era en la miniatura y clicó en ella para ampliarla.
Era la imagen de un clásico pasillo japonés con puertas corredizas y tatamis. Al fondo del corredor, ―muy borroso y oscuro―, una figura sombría se asomaba al doblar la esquina. Un ser alto y flaco, con el cuello largo y las manos flacas. La calidad de la imagen era excepcional, pero difícilmente se entendía qué era la cosa que se asomaba al fondo. La misma mente de Keibert, ―por su propia experiencia―, redibujaba o completaba la imagen en su memoria, recordando lo que había visto en la madrugada.
«Tomé la fotografía con una cámara profesional 8K, una Red V-Raptor con sensor de movimiento. ¿Es eso lo que viste? Es lo máximo que las cámaras han logrado captar… Yo solo he visto sombras que se esconden cuando volteo». Envió Tsutomu con un tono lúgubre y preocupante.
«Los vi de cerca, dos de ellos. Uno entró por mi ventana y el otro se sentó en mi cama. Estaba muy asustado para tomar una fotografía… pero lo intenté». Respondió con un nudo en la garganta.
«No te preocupes, Keibert-kun. No pueden tocarnos, son como fantasmas…». Contestó rápidamente con un primer mensaje, y siguió escribiendo: «Espera a que Nadia-san conteste, ella puede ayudarte. A mí me ayudó».
Le extrañó un poco que un hombre mayor, ―militar―, como Tsutomu Matsuoka, le tuviera tanta confianza a la excéntrica astróloga Nadia Wulf.
«Ella me envió un mensaje privado, compré algunos objetos de protección como ella indicó… pero no estoy seguro si funcionarán. Quisiera dormir tranquilo esta noche».
El icono de puntos suspensivos indicaba que Tsutomu estaba escribiendo.
«¡Esos cuarzos rosas y atrapasueños no sirven!». Respondió con una honesta afirmación que pareció un regaño. «Tienes que tener cuidado con Nadia-san. Es una chica que le gusta inmiscuirse en la vida personal, probablemente por su profesión de astrología. Tiene buenas intenciones, pero le gusta el dinero. A veces siento que quiere aprovecharse de la situación. Pareces un chico listo, no te dejes engañar».
Tsutomu tenía una actitud muy honesta y formal, hacía sentir mejor a Keibert. De hecho, él tenía sus dudas con Nadia. Aun así, le parecía raro que Tsutomu confiara en ella para el uso de protección… ¿Qué tan verídicos eran los testimonios de Nadia?
«Disculpa el párrafo, solo ten cuidado, por favor». Recibió un último mensaje del japonés.
«Lo tendré, muchas gracias. Hackearé el chat para que Nadia no pueda leer nuestra conversación si solicita ver el historial».
Tsutomu simplemente respondió con el emoji del pulgar arriba. A Keibert no le molestó, tenían una diferencia horaria de 13 horas, más bien había sido un milagro que respondiese el foro y el chat.
Keibert se levantó de su silla y le echó un ojo a la bolsa con objetos de protección que había comprado. Pensó en Tsutomu cuando pateó la bolsa, recordando cuánto dinero había gastado en esas tonterías.
Las horas transcurrieron con normalidad, Keibert pasó el día distrayéndose buscando otros foros e información sobre planetas o formaciones extrañas en el espacio. Leyendo sobre posibles avistamientos extraterrestres reales que se asemejaran a su encuentro, entró en un agujero de información sobre los tipos de: “Encuentros Cercanos”, ―con entes fuera del planeta―, intentando clasificar a qué tipo de encuentro cabría el suyo.
Según su definición, un “Encuentro Cercano” era un evento en el cual una o más personas eran testigos de la presencia de objetos voladores no identificados, por sus siglas: OVNIs, ―conocidos también en inglés como UFOs―, como también avistamientos de los seres ocupantes de dichas naves.
El encuentro cercano del primer tipo se clasificaba como un simple avistamiento de lo que describían como luces extrañas en el cielo o los populares platillos voladores o naves no identificadas con particulares formas, como aquellas que parecían un habano o un cigarrillo.
El encuentro cercano del segundo tipo, ―aunque similar―, agregaba supuesta evidencia física de aterrizajes o interacción de los ocupantes. Las típicas malas frecuencias e interferencias en ondas radiales, vehículos y aparatos eléctricos afectados por alguna onda magnética, animales asustados y algo que le llamó la atención a Keibert: parálisis humana. Era probable que mucha gente pudiera experimentar eso y, ―al igual que Tsutomu―, no eran capaces de captar a primera instancia, las sombras que los observaban.
El encuentro cercano del tercer tipo era donde Keibert quería llegar, se trataba de evidencia de encuentros con verdaderas entidades biológicas. Un dato que le llamó poderosamente la atención, era un artículo de un ufólogo llamado Hynek, quien había acuñado el término de: «Seres Animados», dado que muchos de los encuentros cercanos del tercer tipo, ―con muchas clasificaciones―, variaban la naturaleza y morfología de esos seres, por lo cual no debía ser correcto clasificarlos como extraterrestres o alienígenas.
Ted Bloecher, ―otro ufólogo―, hizo una extensa clasificación de todas las variaciones de encuentros cercanos del tercer tipo. Desde ver un ser pilotear una nave, observar una interacción con el entorno, ―un animal u otra persona―. Y en el caso más similar al de Keibert, experimentar algún tipo de comunicación directa e inteligente, física, telepática o extrasensorial. Quizá esas sombras no físicas, era una variante de esa comunicación extrasensorial. ¿Y si todo estaba en su cabeza? No podía ser, Tsutomu los había fotografiado. Lo cierto era es que sí hubo comunicación inteligente, un idioma inentendible y lo que Keibert creyó entender que eran lenguajes de señas.
Un tercer ufólogo llamado Jacques Vallee, expandía la información a un encuentro cercano del cuarto tipo. Keibert ya se estaba preguntando en qué categoría se clasificaban las aterradoras abducciones. Este encuentro se dividía en dos vertientes; cuando uno de los seres practicaba un obvio secuestro forzoso, ―o engañoso, según el caso―; y la segunda variante: cuando una persona solicita voluntariamente ser abducido, mediante el contacto directo e inteligente con las entidades, ―o escabulléndose dentro de sus naves―. Keibert cruzaba los dedos en su mente para que un encuentro como este jamás llegase a pasarle, moriría del miedo si era secuestrado por una de esas sombras.
Por último, ―y quizá más raro e interesante―, era el supuesto encuentro cercano del quinto tipo, expuesto por Steven M. Greer. El cual explicaba de una manera difícil de verificar, ―ya que era un tema muy polémico, cuestionable y poco creíble―, un tipo de encuentros voluntarios y conscientes de manera telepática, con entidades extraterrestres inteligentes. Las personas que alegaban haber logrado ese tipo de comunicación, ―muy parecido al encuentro cercano del tercer tipo―, de manera mucho más transcendental y extrasensorial, se denominaban como “contactados”. La polémica radicaba a que muchos de estos encuentros sensoriales estaban vinculados con experiencias sexuales, orgasmos extraterrestres por medio de ondas cerebrales y, ―evidentemente―, un pequeño grupo de personas que aseguraban que los encuentros sexuales llegaban a darse de manera física.
Para Keibert, ese último encuentro, ―aunque parecido al suyo―, ya le sonaba más como a una película erótica de ciencia ficción, esas parecidas a Emmanuelle in Space cuando las transmitían en la madrugada en el canal The Film Zone, esa idea la descartaba de inmediato. La duda de Keibert se balanceaba en clasificar su encuentro, no hubo una nave, ―que él supiese―, y dudaba si esas sombras que vio podrían clasificarse como un ocupante físico. Tsutomu dijo que eran como fantasmas, por lo que a Keibert se le había ocurrido la idea de que, ―más bien―, esas cosas que había visto eran una especie de proyección de los seres que habitaban el Planeta Fantasma. No proyecciones astrales como probablemente le diría Nadia. Pensando más como si fuese un escritor de ciencia ficción, ―enfocado en tecnología alienígena―, era probable que eso que vio más bien fueran hologramas con un rango de proyección inmensamente descomunal. Lo más acertado era pensar que fue un caso muy particular de encuentro cercano del tercer tipo.
Luego de un rato de reflexión y lectura, Nadia Wulf no tardó en responder en el chat del grupo de Whatsapp.
«Oh, buenos días a todos. Estoy sorprendida, ¿cómo conseguiste mi número?». Escribió con un emoji de carita sorprendida.
Keibert pensó unos segundos cómo proceder con el saludo, teniendo en cuenta las recomendaciones, ―o más bien advertencias―, de Tsutomu.
«Hola, soy Keibert. Bienvenida al grupo. Encontré tu contacto en tus redes sociales». Escribió con mucha soltura en un tono que sonara amistoso.
«Vi tu post en el foro… ¿Estás bien? ¿Compraste protección?».
Gracias a Tsutomu, Keibert identificó el modus operandi de Nadia.
«Estoy bien, solo fue un gran susto. Compré algunos cristales y atrapasueños».
Le tomó unos segundos tomar una fotografía de la bolsa que había pateado antes con los cristales y otras protecciones.
«Me alegro por ti, eres muy valiente». Envió un primer mensaje. «Umm… Esos cristales de cuarzo rosa seguramente no están calibrados para protegerte. Los atrapasueños son lindos, pero muchos son solo decorativos, no están hilados para retener malos sueños y ondas negativas cósmicas. Puedo ayudarte, soy experta en fabricar y calibrar protecciones». Soltó el gancho de venta, no era tan difícil detectar un posible estafador.
En cuestión, Nadia solo quería vender, pero según Tsutomu sus intenciones no eran malas, de verdad sí tenía una manera de ayudar.
«¿Hay alguna manera de hacerlo yo mismo? Quizá puedas enseñarnos a mí y a Tsutomu».
«Oh, claro, claro. Puedo enviarte un tutorial para que lo hagas tú mismo. El nivel de efectividad bajaría mucho en comparación con los míos, podría enviarte uno de mis cuarzos y atrapasueños».
Tratar de convencer a Keibert era como arar en el mar, no serviría de nada.
«Me temo que enviar un paquete desde Australia a Venezuela no es cuestión sencilla. Es un poco complicado el papeleo en aduanas». Escribió con un emoji de carita sonriente con una gota de sudor.
Nadia duró varios minutos sin responder.
«Descuida, hace poco ayudé al señor Matsuoka. Este es un tutorial que puedes seguir para mejorar los objetos de protección. Mucha suerte».
Nadia se despidió adjuntando en el grupo un archivo PDF, ―con todo e ilustraciones―, y el paso a paso. Era evidente el tono berrinchudo con el que Nadia había respondido, ―incluso sin escuchar su voz lo notaba―. Algo que le causó gracia a Keibert fue que ella se refirió a Tomuma como el señor Matsuoka, quizá él estaba siendo demasiado confianzudo e irrespetuoso al llamarlo por su nombre de pila, ―Tsutomu―, los japoneses eran demasiado formales con esos tecnicismos culturales… Pero llamarlo señor Matsuoka de vuelta, quizá crearía una tensión entre ellos, rompiendo la confianza que brevemente habían forjado.
No quiso pensar más en ello y se puso manos a la obra con el tutorial de protección. Le tomó varías horas purificar los cristales, deshilachar los atrapasueños e hilarlos de manera correcta con símbolos específicos, entre otras cosas.
La noche arribó y Keibert se había preparado, no le molestaba dormir con la luz encendida, entonces decidió encender un par de lámparas extra que había en su casa, para repartirlas por el cuarto de tal manera que no produjeran muchas sombras en las esquinas. Colocó en cada esquina del cuarto: hielo, sal y los cuarzos reforzados como indicaba el tutorial de Nadia, y, ―por último―, los atrapasueños guindados en cada esquina de su cama, en la ventana y en la puerta. Para asegurarse mejor, puso un clavo en la pared al lado de su cama para guindar otro atrapasueños, no quería que otra sombra extraterrestre se colara traspasando la pared como la vez anterior.
Además, ―muy atento―, cargó varias cámaras viejas que había en casa, dejando una cerca de su almohada, otras en su mesita de noche, ―y otros sitios―; quizá podría capturar en una fotografía o un video una de esas cosas, ―sí llegaran a despertarlo de nuevo claro está―.
Keibert no conseguía conciliar el sueño, estaba ansioso, un tanto nervioso y expectante de ver si esas “protecciones” realmente funcionarían. El tiempo transcurrió y los párpados comenzaban a pesarle como plomo, lentamente se fue durmiendo.
De repente, escuchó un ruido. Keibert estaba tan alerta que se había inducido, ―de alguna manera―, en un estado de sueño ligero para despertar con cualquier señal extraña. Y efectivamente, había algo detrás de su ventana, tratando con insistencia de tocar el vidrio sin mucho éxito.
Ahí estaba, era diferente a cualquiera de las dos presencias que había visto la última vez. Si bien, era alto y largo, sus hombros y cabeza eran puntiagudos como picos, tenía dedos índices más largos, con los cuales tintineaba el vidrio de la ventana, con una expresión sorpresiva en su esquelético rostro, indicativo de qué no tenía ni idea cómo algo le impedía entrar.
Keibert no lo podía creer, ¡Las protecciones de Nadia realmente funcionaban! Con premura, tomó su teléfono, puso la cámara enfocando con claridad y nitidez a la figura fantasmal y extraterrestre que intentaba penetrar su hogar. La emoción le elevaba la sangre, sus planes salían a la perfección, ―tenía las pruebas necesarias―; el video se grababa con una calidad extremadamente buena, a Tsutomu le fascinaría.
En un instante, la criatura entrecerró los ojos y señaló el suelo en la habitación de Keibert. Inevitablemente Keibert tornó la mirada a los pies de su cama, ―con cámara en mano―, divisando una extraña estela de humo en medio del suelo. Como si fuese el rabillo de humo de un incienso, la estela se elevaba grácilmente, aumentando el grosor de su forma.
La morfología del humo se condensaba en forma más sólida y gruesa. Keibert veía atentamente, como la figura extendía un par de estelas más a sus costados, convirtiéndose en un pequeño y delgado ser, que intentaba desesperadamente conseguir una forma más humanoide para permanecer en la habitación.
Con un esfuerzo sobrehumano, ―o más bien sobrenatural―, la criatura consiguió tomar apenas una forma similar al ser que estaba en la ventana. Era apenas una cabeza puntiaguda con un cuerpo humífero parecido a un taladro dañado, con ojos retorcidos y saltones, y una mano flacucha que llamaba a Keibert, invitándolo a que se acercase.
Escuchó los extraños sonidos de lo que Keibert asumía que era el idioma de estos entes espaciales. La mano seguía llamándolo, iniciando una conversación solitaria con Keibert, dibujando símbolos con su mano, al igual que había hecho la criatura anterior con el lenguaje de señas.
El chico siguió grabando, fascinado y aterrado a la vez, hasta que, ―por arte de magia―, la criatura se consumió como un efímero humo de la coleta de un cigarrillo. Al girar la mirada, Keibert se percató de que la criatura en la ventana también se había marchado.
De inmediato, revisó el video que había grabado, ¡Se veía a la perfección! Y sin pensarlo dos veces, envió el archivo al grupo de Whatsapp, esperando la respuesta de los demás.
Durante un breve tiempo en la madrugada, Keibert, Nadia y Tsutomu estuvieron discutiendo, ―sorprendidos―, en la clara realidad de la prueba verídica más grande que tenían en ese momento. Concluyeron que dejarían descansar a Keibert para hablar luego, respetando su tiempo de descanso.
Con emoción, despertó temprano en la mañana y revisó el teléfono. Nadia y Tsutomu habían estado hablando toda la noche. Se dio cuenta de en el grupo había una solicitud de entrada, Nadia explicaba que se trataba de una chica que había conocido en una de sus sesiones y que también había tenido contacto con entidades; no sabía de la existencia del Planeta Fantasma, pero a diferencia de otras personas en el foro, ella sí podía ver la figura del planeta en las fotografías.
No sabía si Tsutomu estaba despierto a esa hora de la mañana, pero luego recordó que era probable que en Japón fuese más o menos las 9:00 p.m.. Keibert le escribió un mensaje privado, preguntándole si sería adecuado aceptar a esa nueva persona en el grupo.
Sin dilación, contestó de inmediato.
«Cualquier aporte vale la pena escucharlo». Respondió el japonés.
Keibert iba a contestar, cuando recibió otro mensaje rápido.
«Hay que ser precavidos al igual que somos con Nadia-san. Si resulta ser una persona muy extraña o peligrosa… Ya sabes qué hacer». Contestó con mucha claridad.
Al leerlo, Keibert sintió como si hubiese leído un mensaje por parte de la mafia Yakuza. Le causo un poco de gracia y repelús, pero tenía razón.
Le agradeció a Tsutomu e inmediatamente abrió el grupo de Whatsapp para revisar el número de teléfono. Se dio cuenta que el código del número de teléfono le sonaba de algún lado, ―era un número de Argentina―, eso le dio cierta confianza a Keibert, alguien con quién podría quizá hablar libremente en español.
Sin embargo, ―siguiendo el consejo de Tomuma―, hizo una búsqueda exhaustiva con aquel número telefónico. Para Keibert fue sencillo, con su destreza en la red era fácil ubicar información y redes sociales asociadas a ese número de teléfono, ―e inclusive―, conseguir correos electrónicos. Al cabo de unos minutos, Keibert había conseguido más información de la que necesitaba. El nombre de la chica argentina era María Fernanda Zenarraga, tenía 35 años de edad, sin estudios aparentes o completados, vivía una vida particularmente parecida a la de Nadia. Keibert la clasificaba como al estilo hippie, muy espiritual y liberar, ―y al igual que a Nadia―, sus redes sociales y canal de YouTube estaban repletos de información extrasensorial extraterrestre. Muy sospechoso.
Siguiendo con la revisión, vio un par de videos en su canal titulado: La Astrolingüista. Para su sorpresa, era bastante popular, rozaba los 100k, aunque muchos de los comentarios en sus redes y videos, generaban muchas burlas. Y era de esperarse, la “conocida” Mafer, ―como le gustaba que le dijesen―, proclamaba dominar el lenguaje astral alienígena teniendo constante comunicación y contactos astrosensoriales con verdaderos entes en la inmensidad del espacio.
Al escuchar palabras de la propia Mafer, Keibert no pudo evitar soltar una risa al escuchar el supuesto idioma extraterrestre. La chica parecía interpretar palabras totalmente al azar e inventadas sin ningún fundamento o base lingüística, parecían rezos constantes con patrones muy similares que, ―para una persona bastante cuerda y lógica―, dispararía una alerta de mentira a todo lo ancho. Keibert lamentaba haber conseguido ese hallazgo, Mafer era una chica muy linda, una rubia hermosa con ojos azules muy llamativos, pero las cosas que decía y predicaba se alejaban mucho de lo que él, ―y muy probablemente Tomuma―, se alineaban a creer respecto a la vida fuera del planeta Tierra, e incluso dentro del mismo.
Pese a eso, no podía dejar escapar la pequeñísima posibilidad de que, ―al igual que Nadia―, Mafer tuviese que aportar algo importante al grupo, ―como lo había mencionado Tsutomu―. Keibert no tuvo más remedio que entrar al grupo de Whatsapp y aceptar la solicitud de Mafer Zenarraga.
«Bienvenida al grupo», escribió Keibert.
No pasó ni un segundo cuando la argentina contestó.
«Muchas gracias por aceptarme. Nadia me ha hablado maravillas sobre ustedes. Me llamo María Fernanda Zenarraga, Mafer para los amigos». Sonaba tan amistosa y ansiosa como en sus videos de YouTube. «Por cierto, he visto las fotos y los videos», mencionó inmediatamente después.
Luego de una momentánea espera, Tsutomu y Nadia respondieron dándole la bienvenida también.
Mafer envió una captura de pantalla de la criatura de humo que hacía señales, mencionando que, ―al igual que había investigado Keibert―, se trataba de lenguajes de señas pidiendo ayuda.
«Esta es una señal universal. Sin embargo, al igual que los idiomas de la Tierra, es probable que estemos dándole un significado equivocado. Más que pedir ayuda, nos está dando una advertencia». Escribió Mafer con mucha seriedad.
Inmediatamente envió un audio, se trataba de la extraña voz que producían las criaturas, extraído del video de Keibert.
«Cuando escucho estas psicofonías, no es como si entendiese tal cual lo que dicen. Ya me ha pasado antes, recibo mensajes cósmicos de idiomas antiguos. No entiendo las palabras, pero en mi cabeza, comprendo lo que quieren decir… La voz de esa criatura nos advierte, está asustada, nos dice que tengamos cuidado con el planeta Heaxia. Lo repite muchas veces». Explicó con cuestionables detalles.
Luego de unos minutos, Tsutomu envió una imagen. Era la fotografía de una hoja arrancada de un cuaderno, con una palabra garabateada con una caligrafía muy temblorosa y escueta, donde se leía perfectamente: Heaxia.
«No puedo ver a esos visitantes con claridad, tampoco puedo entenderlos, pero sí recibo sus mensajes. Esta fotografía la tomé hace dos meses, escribí esa palabra estando dormido». Compartió el japonés.
Keibert tragó saliva, el tono serio con el que escribía Tsutomu le erizó la piel. Eso quería decir que… ¿Tendría que creerle a Mafer? ¿Decía la verdad?
«Entonces… ¿Ese es el nombre del planeta? Heaxia, el Planeta Fantasma». Concluyó Nadia, comentando en el chat.
«Puede que estemos muy cerca de saber la verdad. Voy a contactar con un amigo en la NASA, me interesa que puedas analizar algo muy específico, Mafer-san. Puede que tarde algunos días, estaremos en contacto». Se despidió Tsutomu, concluyendo la conversación.
Ningún miembro volvió a escribir algo más, expectantes en saber qué era lo que pellizcaba la curiosidad de Tsutomu.
En algunas ocasiones, ―como en esa―, Tsutomu era un sujeto de comportamiento extraño; a veces era evasivo, precavido y misterioso, y otras veces se comportaba como un niño curioso, compartiendo pistas, buscando hallazgos y hablando bastante.
Keibert deducía que todos buscaban saciar la curiosidad en saber por qué veían al Planeta Fantasma Heaxia, pero en su racional mente analítica, sentía que en realidad el único realmente curioso era él. Todos los demás, ―a pesar de que no lo confesaran abiertamente―, tenían una especie de objetivo a cumplir; vender cursos, sesiones y materiales en el caso de Nadia, o conseguir seguidores como podría deducir con Mafer. ¿Y Tsutomu? ¿Qué quería el japonés?
Esa pregunta divagó en la cabeza de Keibert por varios días. Mismos días, que nadie escribió nada en el grupo, inclusive se había arrepentido de tener la idea de hablarle directamente a Mafer solo por el hecho de hablar el mismo idioma. Tsutomu confió ciegamente en ella, pero había algo en la argentina que le desconfiaba a Keibert, no de una manera negativa, ―no sentía malas intenciones de ella―, sino que más bien, percibía cierta superioridad de su parte que lo colocaba a él como una especie de seguidor de sus redes sociales, uno quizá más importante que los demás. Y eso no le sonaba nada bien a Keibert, él quería tener un grupo de amistad, no una simple red de intercambio de información, ya estaba cansado de tener ese tipo de contactos con otros hackers en la web.
Transcurrieron varios días en una nueva monotonía. Trabajo diurno recurrente, tardes para descansar y noches en desvelo para capturar imágenes de las criaturas o alguna nueva seña o psicofonía, pero no captaba nada nuevo.
Durante varias semanas, Tomuma desapareció del chat, no respondía los mensajes privados de Keibert y o del grupo en Whatsapp, ―la mayor parte del tiempo―, era usado por Nadia y Mafer, compartiendo constantemente información que Keibert consideraba innecesaria. Temas de astrología sobre el significado simbólico que tendría un nuevo planeta para los astros y constelaciones familiares, interpretaciones nuevas para cada signo del zodiaco y a las cartas natales individuales, entre otras cosas que Keibert comenzaba a ignorar o molestarle.
Si de verdad Heaxia estuviera en esa área del Cinturón de Asteroides, lo primero que se le venía en la mente a Keibert no eran preguntas astrales y existenciales, con interpretaciones abstractas y subjetivas. Las reales consecuencias de tener un planeta extra en la Vía Láctea, ―precisamente en ese sector de la galaxia―, cambiaría por completo la posición de los planetas en algún momento, cambiando radicalmente la atmosfera en todos ellos. Los astrónomos tendrían que ajustar el modelo del sistema solar tal y como se conocía, revaluando todas las teorías de formación planetaria, revisando percepciones de la zona del cinturón de asteroides. Además, Heaxia podría ofrecer datos únicos sobre la composición y los orígenes de objetos en esa región, siendo un fenómeno único de formación planetaria desmesurada, agregando otras teorías como planetas errantes en movimiento provenientes de otros rincones del cosmos.
Siendo Heaxia un Planeta Fantasma, asumiendo que no estaba ligado a las leyes de la lógica y la materia, se zafaba de caer en una categoría de amenaza espacial colosal. Si realmente fuese un planeta corpóreo, las consecuencias en el sistema solar y en la Tierra serían catastróficas y casi irreversibles, afectando las órbitas de los planetas cercanos. Además, ―del evidente cambió atmosférico y climático―, la alteración gravitacional de la Tierra cambiaría, descomponiendo su centro gravitacional. Si Heaxia fuese suficientemente masivo, podría afectar el Cinturón de Asteroides y desviar algunos hacia el sistema solar interior, aumentando el riesgo de impactos con la Tierra.
Entretanto Keibert divagaba en sus teorías, se entretenía un poco leyendo otras teorías sin mucho fundamento, cimentadas por las excéntricas mentes de Nadia y Mafer.
Sus especulaciones iban desde que Heaxia era un ser cósmico que vagaba por el cosmos y que los seres que veían eran una especie de entes como pulgas, que lograban escapar de su control. Otra iba sobre que el Planeta Fantasma era un cúmulo de almas de otros planetas que se fueron aglomerando en el espacio después de que dichos planetas fueran destruidos. Y por último, una idea muy descabellada, que atrajo la atención de Keibert; la teoría iba sobre que, ―lo que veían como Heaxia―, no era un planeta fantasma como tal, sino una imagen residual de un antiguo planeta del pasado que, por alguna anomalía o fenómeno sobrenatural cósmico, se solapaba con la línea temporal actual y por eso lograban observarlo en el Cinturón de Asteroides, un lugar donde era imposiblemente e ilógico que habitara un planeta.
Admitía que era una teoría bastante buena, ―a pesar de que también le sonaba a ciencia ficción―, hasta podría especular otras vertientes como que probablemente esa anomalía especial se conectara con alguna especie de agujero de gusano nunca antes visto, que mostrara como en una ventana al planeta Heaxia, como una puerta hacia otras galaxias, el espacio tiempo e inclusive a otras dimensiones o planos existenciales.
Aun así, todas esas teorías interesantes no lograban explicar el por qué solo ellos podían ver al Planeta Fantasma y cómo esos seres sombríos los localizaban para hablarles.
Tras transcurrir los días, ―sin noticias de Tomuma―, Keibert se percató de unas notificaciones en su teléfono. Justo en la parte superior de la pantalla, tenía dos íconos de Whatsapp, uno de una solicitud para entrar al grupo con un número de código estadounidense y un mensaje privado de Tsutomu que decía con urgencia:
«Acepta la solicitud. Es importante».
Sin hondar en pensamientos de pesquisas, Keibert pulsó con su pulgar los botones del Whatsapp para aceptar a este nuevo integrante del grupo.
Segundos después, el japonés, con su característico tono educado, presentó ante los miembros al sujeto que perfilaba una foto de perfil con una medalla de oro con la bandera estadounidense grabada.
«Mina-san, disculpen la demora. En los últimos días, tuve la ardua tarea de realizar investigaciones muy profundas y exhaustivas. Con los medios que Kadena Hikojo me podía ofrecerme, debo decir que dieron frutos. Les presento a un buen amigo, Walker-san».
Los checks azules del grupo indicaron que todos los miembros habían leído. Mafer reaccionó con un emoji de sorpresa.
«Mucho gusto, mi nombre es Ronny Walker, tengo 64 años de edad, con cuarenta años de experiencia trabajando en el PDCO, Planetary Defense Coordination Office de la NASA, en el área de detección y seguimiento de objetos cercanos a la Tierra. De igual manera, por veinte años colaboré en el programa AARO, All-domain Anomaly Resolution Office del Pentágono, enfocado en estudiar fenómenos no identificados en espacio aéreo, marino y espacial. De tal manera que, con esta presentación de mi carrera, espero tener la certificación de su parte para confiar en la información que vengo a darles. Creo que está de más decirles que… yo también puedo ver a Heaxia, el Planeta Fantasma».
Keibert quedó anonado y sin palabras. El amigo de Tomuma era excepcional, no sabía sí tenía que corroborar esa información, hasta le dio cierto miedo tratar de buscar a esa tal Ronny Walker en Internet, podría toparse con barreras hackers e informáticas muy pesada incluso para su nivel. Este sujeto era realmente un peso muy pesado en el área, y hasta su forma de hablar se parecía muchísimo a la de Tsutomu, excesivamente formal y educado.
El resto del grupo pasó a saludar y aguardar la información que Ronny parecía necesitar compartir.
«Mr. Matsuoka me ha puesto al tanto de los acontecimientos que han registrado, las fotografías y videos de los seres sombríos que tomó el joven Jelambi. Las protecciones de la Miss Wulf y especialmente, algo que me llama poderosamente la atención… La capacidad lingüística de la joven Zenarraga».
Escribió con mucha elocuencia. A Keibert le hizo ruido que lo llamara “joven Jelambi”, no le gustaba mucho que lo identificaran por su apellido.
«Puedo proporcionarles fotografías de alta calidad de Heaxia. Tuve la oportunidad de utilizar el James Webb Space Telescope para explorar de manera precisa la superficie de Heaxia. Adjuntaré las imágenes».
Luego del mensaje, cargaron varias imágenes de una increíble calidad. La primera capa del Planeta Fantasma era una atmosfera sombría y caótica, llena de nubarrones y tormentosas nubes en movimientos con relámpagos y truenos. Muy poco podía observarse alguna especie de terrero, a duras penas una de las fotografías lograba captar una especie de estructura que parecía hecha de roca, más parecido a una montaña.
«Puede que este tipo de imágenes les parezcan sorprendente, pero no es ni por lejos lo que más me ha carcomido el subconsciente durante varios años. Creo que fui la primera persona que registró este planeta, filtré mis investigaciones en la red, pero se convirtieron en meras fantasías y leyendas urbanas como Nibiru, el Planeta X o Hercólobus».
Keibert recordaba esos nombres, planetas ficticios que ahora entendía que eran inspirados por la remota y poco factible información de Ronny Walker al tratar de explicar la existencia de un planeta fantasma.
«Durante muchos años, estuve registrando el movimiento de Heaxia, al igual que le ocurrió a Mr. Matsuoka, se me reveló el nombre durante una epifanía. Es cierto que últimamente ha acelerado su movimiento errático a uno más directo y concreto, no siempre estuvo ubicado en el Cinturón de Asteroides, estuvo solapado con otros planetas, en distintas zonas de la Vía Láctea desde que lo descubrí».
En ese instante, Nadia lo interrumpió.
«Disculpe, señor Walker. ¿Por qué le interesó tanto la función de mi amiga Mafer? ¿Ha escuchado hablar a las criaturas sombrías?». Preguntó con más osadía y curiosidad.
Era probable que Nadia estaba usando su clásica estrategia de venta, ofrecerle algún tipo de protección al señor Walker para que no escuchara más voces y que las sombras lo dejaran tranquilo.
«Justo iba a preguntar lo mismo. ¿En qué puedo ayudarlo, Mr. Walker?». Respondió Mafer inmediatamente.
El suspenso abordó la conversación, esperando a que los tres puntos suspensivos, ―indicativos que Ronny Walker escribía un texto largo―, acabaran de mostrar en pantalla el enigmático texto del cual requería ayuda de Mafer.
Entonces apareció el texto.
«En el año de 1982 el Profesor David Stupples, descubrió un fenómeno auditivo que bautizó como UVB-76, también conocido como The Buzzer. Según su investigación y la pista que seguí, es una especie de frecuencia espacial a 4625 kHz. En pocas palabras, una frecuencia radial de onda corta. La supuesta primera ubicación, fue en base militar Rusa en Povarovo Rusia, donde estuvieron haciendo experimentos de comunicación a larga distancia para captar movimientos y transmisiones extraterrestres. The Buzzer sigue captando emisiones extrañas hasta hoy día, emisiones que he logrado extraer por un motivo en particular… Normalmente, esas frecuencias recogían ruido espacial, pero un día me percaté de sonidos guturales con particularidades lingüísticas que ningún otro miembro del personal de mi laboratorio podía escuchar. Esos sonidos o lenguaje, coincidían de manera casi precisa, con sonidos que escuchaba en mis pesadillas y que poco después, dichas pesadillas comenzaron a tornarse en presencias raras en mi hogar, después de haber descubierto al Planeta Fantasma Heaxia».
Hubo varios minutos largos y en silencio, procesando la información que acababa de arrojar. A Keibert le parecía increíble ese pequeño y gran hallazgo del señor Walker, ¿Qué nivel de rastreo informativo poseía su investigación? Ahora se moría de curiosidad, ¿Qué información podrían extraer de The Buzzer? La evidente intención del estadounidense era descifrar la frecuencia con la supuesta habilidad lingüística-espacial de Mafer… Ponerla a prueba tenía sus ventajas, en primera instancia si se negaba o proporcionaba una información meramente parecida a los temas que a menudo trataban sus videos, la clasificaría como una farsante. Pero si realmente podía entender la frecuencia, y brindaba acceso a una puerta donde poder entrar y entender de qué se trataba todo esto, ―con argumentos “reales” ―, colocaría a Mafer en un pedestal con una importante tarea, ―irremplazable para la humanidad―.
«¿Ustedes quiere… que traduzca esos mensajes de la frecuencia?». Respondió Mafer.
«A pesar de que no puedo entender del todo los videos que usted ha puesto en redes sociales, porque no domino el español. Tengo la corazonada que puedes descifrar a The Buzzer, y suministrar un panorama de lo que esos seres en Heaxia quieren comunicarnos». Incentivó Ronny Walker.
«Inténtalo, amiga. ¡Puedes hacerlo!». Animó también Nadia.
En ese instante, Ronny Walker adjuntó un archivo de audio pesado con 40 minutos de duración. Sin dudarlo, ―presos por la curiosidad―, cada miembro del grupo descargó el archivo, reproduciendo esa misteriosa frecuencia radial extraterrestre.
El audio era confuso, ruidoso, simples captaciones de desorden auditivo e interferencias sin ningún sentido… hasta que, ―de repente―, las guturales y espantosas voces fantasmales del espacio, irrumpieron el ruido de fondo iniciando una especie de conversación inentendible.
Los vellos de Keibert se erizaron de golpe, era el mismo tipo de sonido y voz que reproducían las cuerdas vocales de las criaturas que lo visitaban. Eso comprobaba la veracidad del testimonio investigativo de Ronny Walker. Ahora procedía la parte más curiosa del asunto, comprobar de qué manera reaccionaría Mafer.
«Es un audio muy extenso, me gustaría analizarlo con más calma, repetidas veces si es necesario y así les doy una traducción más acorde a nuestras palabras. Yo les aviso, amigos». Terminó diciendo la argentina.
Keibert leyó su respuesta con la misma voz y acento argentino que se le había quedado en la cabeza viendo los videos en YouTube de Mafer. Era una respuesta que él esperaba escuchar… Ahora esperarían, confirmando una mentira o una terrible y espantosa verdad, que quizá no podrían superar.
La espera fue larga, habían transcurrido dos días sin recibir respuestas de Mafer.
Un sentimiento de mala suerte invadía la mente de Keibert. Invadió el espacio con su telescopio descubriendo, ―con una horrorosa zozobra―, que Heaxia se apreciaba muchísimo más grande que de costumbre. Eso solo quería decir que viajaba a una velocidad más rápida, cada vez se aproximaba más a la Tierra y eso era extremadamente preocupante y aterrador.
Esa misma noche, Keibert recibió un mensaje directo de Mafer al buzón de Whatsapp. Le pareció extraño, porque ella nunca le había escrito antes de manera privada. Respiró hondo e hizo clic con el dedo en el chat de Mafer.
«¡Holis, amigo! Quiero consultar algo con vos». Escribió con un incómodo mensaje confianzudo.
«Hola, Mafer. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Está todo bien?». Le respondió Keibert, tratando de sonar más neutral.
«Mirá, es que… No sé cómo explicarlo, he escuchado el audio del señor Walker y no he podido dormir en varias noches. Cuando escucho un idioma del cosmos, no es como que entiendo todos y lo traduzco en mi cabeza, viene acompañado de sensaciones y emociones, ¿entendés?». Preguntó un tanto angustiada.
«Sí un poco…». Contestó a primera instancia. «Pero… ¿Puedes ofrecerle al grupo una especie de traducción?». Keibert preguntó inmediatamente.
Esperó unos segundos a que Mafer respondiera.
«Tengo la traducción en mi cabeza, en español claro. Te escribo directamente porque vos sos el único que habla español en el grupo, ¿Podrías ayudarme a mejorar la transcripción del mensaje y así lo compartimos juntos? Ya no aguando el dolor de cabeza…». La sensación del texto se sentía agotadora y pesada.
Supuso que no tenía más remedio que ayudarle. De hecho, Keibert también sentía un poco de pesadez en su cabeza desde que Heaxia estaba más próxima a la Tierra, quizá eso era lo que más perturbaba, ―o más bien dificultaba―, la lectura de Mafer con los de arriba.
«Sí, seguro no hay problema». Contestó con más ánimos.
«Muchas gracias, sos un amor. Pero ya que accediste, tengo que advertirte que nos estamos metiendo en algo returbio. No vamos a ser los mismo después de resolver este misterio… Nunca debimos curiosear, pero ya que, aquí estamos…». Su aptitud sonaba desconsoladora y decepcionante.
«No importa, comencemos. ¿Qué necesitas?». Volvió a responder con más ánimo.
Durante un periodo de tres días, Mafer y Keibert tuvieron continuas y reveladoras conversaciones, que derivaban en horribles pesadillas, aumentando la cantidad de apariciones sombrías en casa de Keibert. Mafer comenzaba a verlas de a poco también, un tanto borrosas, pero le aterraba notar sus presencias más vivas y casi tangentes.
Al quinto día, ambos habían terminado una especie de manuscrito en digital, con todos los puntos resaltantes que Mafer había podido entender o captar de aquellas perturbadoras ondas sonoras del espacio, de esos agonizantes quejidos cósmicos que ahora atormentaban a ambos, como ecos infinitos en sus cabezas.
Keibert había citado a todos en una hora conveniente para estar lo suficientemente despiertos para captar la información. En una room de una Google Meets, cada uno de ellos comenzaba a conectarse.
El primero había sido Keibert, se había arreglado como si fuese a tener una cita con una chica, se peinó el cabello, se afeitó los pocos vellos que le salían de barba y se puso una camisa a cuadros amarillos y negros que le gustaba.
La segunda fue Mafer. Keibert ya la conocía al ver sus videos, no había mucha diferencia, la verdad a pesar de manejar temas fuera de lo común en redes sociales, Keibert admitía que sabía producir y editar su contenido. Ese día vestía una bonita remera de color rosa con un dibujo de un alien leyendo un libro en el costado izquierdo, que resaltaba por los enormes senos de la chica. Llevaba el cabello suelto en risos que le tapaba las orejas y los hombros.
En ese mismo instante, Nadia entró a la room. Era una chica extremadamente rubia, de esas que con cierta luz en su cabellera parecía de color blanco, como una elfa sacada de El Señor de los Anillos o una Targaryen de Canción de Fuego y Hielo. Sus ojos eran de un verde tan claro que se le formaban manchas amarillas en el iris, con cachetes muy redondos y rosados. A pesar de ser una chica un poco gordita, era el encanto que resaltaba en su rostro; llevaba un vestido blanco y adornos de flores guindando en su cabellera de oro blanco.
Al cabo de unos minutos el nuevo miembro del grupo se unió a la reunión; Mr. Ronny Walker. A Keibert le generaba una confianza tal, que se le había olvidado investigarlo como había hecho con los demás miembros. Se trataba de un señor mayor, de unos quizá sesenta años, con un rostro grueso y muy típico norteamericano a lo Clint Eastwood, con una barba blanca gruesa, cortada perfectamente para no parecer desordenada; estaba casi calvo y llevaba unos anteojos redondos que reflejaban el monitor de la pantalla, ocultado casi perfectamente sus ojos negros.
Por último, se conectó el japones. Cuando la pantalla de Tomuma se activó, todos guardaron silencio intercambiado miradas de incómoda sospecha.
Tsutomu Matsuoka parecía estar desnudo, ―o por lo menos sin una camisa o franela―, su cuerpo sudaba a cantaros como si hubiese salido de un sauna. Lo más incómodo era al ambiente que generaba su imagen en la pantalla. La habitación donde estaba era completamente oscura, una pared negra y lisa sin ningún adorno, se notaba desde lejos que había sido recién pintada por algunos grumos que sobresalían de la pintura secándose. Tomuma era lo más perturbador… por alguna razón, ―a pesar de que Keibert ya conocía su rostro cuando lo investigó―, el japonés llevaba puesta una máscara de Hannya, esos aterradores demonios japoneses de colmillos largos y afilados, mirada amenazante de pieles rojas y gruesos cuernos en la cabeza. Máscaras comúnmente utilizadas en los teatros Noh y Kabukis.
―Konbanwa, mina–san. Hajimemashou, onegaishimasu ―pronunció Tsutomu en un japonés muy educado y formal.
Luego de un silencio incómodo, Keibert interrumpió la presentación para dar inicio a la impactante revelación de esa noche.
―Hola, amigos. Finalmente nos vemos las caras ―dijo con un tono cómico que más bien sonó nervioso―. Sí… he… Como les había mencionado, Mafer y yo estuvimos trabajando en una especie de traducción de la radiofrecuencia que nos proporcionó Mr. Walker… ―Keibert miró unos segundos su teléfono, percatándose de un mensaje directo de Mafer, diciendo que seguía muy nerviosa―. Bueno, yo… Yo decidí ser el vocero de las palabras de Mafer, ella sigue un poco nerviosa e indispuesta. Pero espero pueda intervenir en caso que se necesite agregar algo importante al mensaje, o si… explico algo de forma equivocada, ¿verdad, Mafer? ―preguntó, animándola a hablar.
―Sí, no te preocupes… ―respondió en voz baja.
El chico recibió un mensaje por parte de Mafer en su teléfono.
«Hazlo tal cual ensañamos, por favor». Escribió, filtrando en el texto su nerviosa naturaleza.
Keibert tragó saliva y continuó hablando.
―Esta información es un tanto difícil de procesar y asimilar. Si tienen alguna pregunta no duden en interrumpirme y trataremos de responder en la medida que podamos ―aclaró Keibert antes de comenzar.
Notó que, ―en ese momento―, Tomuma activó la opción para grabar la conversación. Apareció un pequeño círculo rojo en la parte superior de su pantalla, indicado la captura de video.
―Primero que todo, como la mayoría de nosotros sospechamos, o eso pienso, sobre todo Mr. Walker. En el audio puede escucharse más de una voz, de hecho, escuchamos una decena de voces aglomeradas de las cuales Mafer tuvo la difícil tarea de desentrañar para lograr entender fragmentos o frases coherentes ―comenzaba a explicar.
―Yo mismo me encargué de hacer una limpieza de audio, la frecuencia tenía más interferencia de la que piensan. Me disculpo si mi trabajo no fue del todo bueno, hice lo mejor que pude, no soy un ingeniero de sonido ―interrumpió Ronny Walker.
―No, no… ―intervino Mafer―. Hizo un excelente trabajo, Mr. Walker ―agradeció, guardando silencio de nuevo.
Un largo suspiro por parte de Keibert, rompió el silencio antes de que comenzara a hablar de nuevo.
―Lo que van a escuchar hoy, cambiará la perspectiva con la que observamos al planeta fantasma. ―Keibert inició la charla, por un segundo pensó que esa instrucción parecía sacada de un video de Dross, le causó algo de gracia, quizá era parte del nerviosismo―. Las voces que Mafer logró descifrar, como muchos sospechamos por los tonos grabes y lúgubres, no era más que quejidos tortuosos y horribles lamentaciones cargadas de energía negativa, según me explicaba Mafer con lo que percibió con sus sentidos. ―Tragó saliva para descansar y siguió hablando, observando con rapidez algunas anotaciones que había hecho en la otra pantalla de su computadora―. Esos mensajes, no pueden ser traducidos de manera literal a un idioma que podamos entender en este planeta, o por lo menos eso fue lo que entendí ―explicó escuetamente.
―Son sentimientos y emociones, energías que comunican y revelan aspectos de quién pronuncia las palabras que escuché en la transmisión ―agregó fugazmente la argentina.
―Mafer logró interpretar esos aspectos… ―Volvió a sucumbir a un silencio agonizante―. Tal parece que esos seres del planeta Heaxia, se encuentran de alguna manera atrapados en el planeta fantasma. Es como un infierno que los mantiene atados en ese plano fantasmal y los tortura constantemente. ―A pesar de haber sido muy claro, Keibert sintió que le faltó un poco más de sentido a la explicación.
―¿A qué se refiere exactamente con atrapados joven Jelambi? ―preguntó Ronny Walker.
―Entonces las sombras que vemos son proyecciones astrales de los habitantes de Heaxia. Ellos necesitan ayuda, ese planeta los está matando, ¿verdad? ―agregó también Nadia, con su distintivo sello al hablar.
Antes de que Keibert o Mafer respondieran a las preguntas, Tomuma soltó una corta carcajada y habló por encima de los demás.
―Heaxia es un planeta prisión ―dijo tajante y muy seguro de su respuesta.
Los presentes callaron, incómodos al escuchar la respuesta del japonés.
―¿Cómo lo sabes? ―preguntó Mafer, anonadada.
―Especulaciones y análisis ―respondió Tsutomu―. Después de la Segunda Guerra Mundial, miles de soldados japoneses fueron capturados y sufrieron casos de tortura, trabajos forzados y ejecuciones extrajudiciales e ilegales. La Unidad 731 fue ejemplo de esas torturas inhumanas, arrestados para ser sujetos de experimentos biológicos y torturas inimaginables ―argumentó de manera sádica y cruda―. Mi abuelo perteneció a esa unidad… Sobrevivió, aún recuerdo como gemía y gritaba cuando tenía sus ataques de pánico postguerra. Había noches que entraba a mi habitación pidiendo ayuda, decía que lo sacáramos de la prisión, que había pecado matando a muchos estadounidenses y aliados, pero solo seguía órdenes… Sus quejidos y aflicciones eran de arrepentimientos, de agonía permanente, viviendo en una cárcel en su cabeza de la cual no podía escapar… ―Las palabras de Tsutomu derramaban un espeluznante y tenso sentimiento de terror e incomodidad―. Esas voces que escuchamos, a pesar de no poder entenderlas como idioma, suenan igual a mi abuelo. Sufren por querer escapar, logran proyectarse en la Tierra, pero no pueden huir… La prisión de Heaxia se los come… ―concluía el japonés.
―¿Tu abuelo pudo superar ese trauma? ¿Qué le ocurrió? ―preguntó Nadia.
―Cometió seppuku ―respondió, imitando el movimiento harakiri de cortarse el vientre con una wakizashi o katana corta.
Un gestó de aversión se dibujó en los rostros de los presentes en las pantallas.
―Es cierto que Mafer y yo dedujimos que Heaxia era un lugar de encierro, no tanto como una prisión… pero ahora que lo pienso, se ajusta mucho a la descripción ―agregó Keibert, revisando rápidamente las anotaciones que tenía―. La mayor parte de los mensajes que Mafer entendió, son súplicas de ayuda, advertencias hacia nosotros, ruegos de piedad y… ―Keibert fue interrumpido.
―¿Nos están pidiendo ayuda o nos advierten de algo? No logro entender muy bien, joven Jelambi. ―Alzó la voz el estadounidense.
―¡Es una advertencia! ―gritó Mafer.
Quizá nadie se había percatado, pero la chica estaba extremadamente pálida, el color de sus labios era prácticamente un púrpura que se iba perdiendo en el tono blanco de su piel. Estaba sudando a cántaros y sus ojos tenía ese brillo acuoso que resalta la mirada cuando se está a punto de llorar.
―¿Te encuentras bien, Mafer? ―preguntó Nadia con preocupación.
―Heaxia nos está observando… Sabe que lo vemos… ―mencionó Mafer, con una mirada desenfocada al vacío.
Eso no estaba en lo que habían practicado para decirle en los demás, pensaba Keibert. ¿Qué le estaba ocurriendo?
―Eh… Mafer y yo creemos que el planeta tiene alguna especie de radar astral o algo similar que detectó que algunos de nosotros podemos verlo… ―adicionaba Keibert a la conversación, distrayendo a los demás del estado de pánico de Mafer―. Es probable que de esa manera los seres puedan comunicarse con nosotros, esas proyecciones son una especie de tecnología que no entendemos y… ―Volvió a ser interrumpido.
―Heaxia sabe que lo vemos, nos está observando en este momento. ―Mafer enfatizó mucho en ese aspecto, sus ojos y su mirada se tornaban rojizos―. Es un enorme ojo en el universo que nos ha encontrado como un niño que encontró hormigas en el suelo y quiere llevárselas a su hormiguero… ―asustaba a los demás, derramando su propio temor en su quebradiza voz.
―¿Ese es el objetivo de Heaxia? ¿Por eso se acerca cada vez más? ―Ronny Walker volvía a formular otras preguntas de interés espeluznante.
―Viene por nosotros, no le gustan los fisgones ―soltó el japonés, junto a una risa entre burlona y nerviosa.
―Mafer, amiga… Respira profundo y toma un vaso de agua… ―sugería Nadia, preocupada por su amiga.
―Nos estamos desviando un poco, no saquemos conclusiones apresuradas. ―Keibert trataba de retomar el control de la conversación.
Entre las repetidas palabras que balbuceaba Mafer y las preguntas e intervenciones de todos hablando al mismo tiempo, Keibert no sabía cómo revelar la información más importante… Apenas era el comienzo de la explicación, una mera introducción al verdadero descubrimiento. Dudó unos segundos si de verdad debía anunciar la revelación de Mafer… Tan solo con estas pocas especulaciones por parte de Tsutomu la reunión era un caos… ¿Cómo reaccionarían cuando se enteraran de que Heaxia era…
Un ensordecedor grito desde las cuerdas vocales de Mafer, aterrizó y silenció a los presentes de la reunión. Anonadados y estupefactos, callaron de golpe observando la horripilante expresión facial de Mafer.
De repente, el rostro de la argentina había cambiado drásticamente, su palidez había pasado a tornarse de un color púrpura y verdoso, junto a un cabello encrespado y alborotado. Unas enormes ojeras muy oscuras le hundían la mirada con un macabro aspecto deplorable, sus ojos no dejaban de moverse de un lado a otro, como si buscara desesperadamente una salida de un encierro mental.
―Mafer… ¿Qué te ocurre? ―le preguntó Keibert en español.
En ese instante cada uno de ellos sintió una presencia que los observaba desde lo alto, una inmensa fuerza casi gravitacional empujó sus centros de energías inmovilizándolos del susto. El escalofrío que sentían les recorría el cuerpo, como un tempano de hielo recorriéndoles las pieles.
De alguna manera, sentían la vista de Mafer observándolos más allá de su mirada. Mirándolos individualmente, ―al mismo tiempo―; como si la chica que se comunicaba con los astros, pudiese detallarlos con un solo pestañeo dentro de sus retorcidas cabezas asustadas.
―Los encontré… ―articuló una horripilante voz gutural, desde la garganta de Mafer.
Una punzada caliente les atravesó el corazón, la voz penetró sus mentes dejándolos boquiabiertos y anonadados.
―El ojo de Heaxia los observa… ―decía la misteriosa voz―. Su planeta es hermoso, los humanos no lo son… Ustedes cinco han buscado lo que no se les ha perdido y encontraron al carcelero de planetas, al devorador de mundos… ―Le costaba pronunciar las palabras en un idioma entendible.
Para ellos, la voz era un retumbar en sus cabezas, como un detonante eco que chocaba con sus mentes y les generaba migraña y angustia. Pese a eso, alguien se atrevió a hablar.
―¿Quién eres? ―preguntó Ronny Walker, con un hilo de sangre saliendo de su nariz hacia sus labios.
―El que confina y ejecuta en los eones ―respondió con sabia pausa―. Me han visto y yo los veo a ustedes… Conozco lo que han hecho y voy a buscarlos… ―articuló con dificultosa pronunciación.
―¡Shinigami! ―gritó Tsutomu, tratando de aguantar una asustadiza y nerviosa risa.
Keibert sintió como las lágrimas salían de sus ojos sin contenerlas, le temblaban las manos y las piernas, en tanto una oscura sombra se apoderaba de él, como una manta maligna arropándolo para dormirlo para siempre. Mafer tenía razón, Heaxia era un ser vivo que los observaba…
―Mafer, ya basta… ¡Vuelve en sí! ―Le gritaba Nadia, sus lágrimas también chorreaban como grifos de agua salada―. Usa los talismanes que te dije, ¡vuelve! ―suplicaba en llantos.
―¿Qué sabes de nosotros…? ―Se atrevió a preguntar Keibert, arrastrando desde lo más profundo de su ser el último atisbo de valentía que le quedaba.
La voz soltó una aterradora y casi silenciosa carcajada, señalando con el dedo índice de Mafer cada pantalla de su computadora.
―Lo que ocultan… El ojo de Heaxia ve lo que ocultan. Han condenado a su planeta, iré por ustedes. ―Terminó por decir.
Mafer volvió en sí, luego de un profundo suspiro ahogado que le hizo vomitar toda su bilis en su escritorio y el suelo.
Guardaron silencio, hasta que la argentina se recuperó. Mafer se limpió las lágrimas con el reverso de sus manos, pero no pudo evitar llorar de nuevo con fuertes gemidos asmáticos.
―Vamos a morir… ―Finalmente habló Mafer, entre sus hipos y gemidos de miedo.
―¿Qué acabamos de ver? ―preguntó Keibert, descartando todas las anotaciones que había hecho antes con Mafer.
―Shinigami… ―volvió a decir Tsutomu―. El dios de la muerte viene a buscarnos. ―Hizo un gesto como si quisiese quitarse la máscara de Hannya, pero se arrepintió―. Sabe muy bien lo que hicimos… Todos hicimos algo que lo… ―decía pensando en voz alta.
―¿Qué lo atrajo? ―respondió Ronny Walker, haciendo otra pregunta.
―Que podamos ver el Planeta Fantasma no es un pecado para que nos condenen ―agregó Nadia―. Hay que… hay que preparar protecciones poderosas, sellos y talisma… ―Una voz calló a la chica, arrumando el silencio en la sala.
―¡Chigau! ―gritó el japonés―. Déjense de tonterías, todos sabemos lo que hicimos… El karma viene por nosotros, yo… tengo que irme. ―Justo antes de quitarse la máscara, Tsutomu abandonó la sala.
Ronny Walker y Nadia se despidieron haciendo lo mismo, dejando en un total abandono y en silencio a los hispanohablantes; Mafer y Keibert.
―¿Te encuentras mejor, Mafer? ―preguntó Keibert cortésmente.
―Creo que no puedo ver bien… Esa presencia me nubló, hay una luz blanca que me consume la vista ―respondió, frotándose los ojos con los puños.
―Quizá si descansas… ―tartamudeó un poco, intentando derramar empatía.
―No, Keibert… Es un castigo por tratar de entenderlo… ―concernió con una melancólica conjetura de desesperación y zozobra―. No debimos hacer esto desde un principio, Keibert. Como sospechaba… eso que habló es un ser cósmico, algo que no comprendemos… como esos monstruos del espacio en los libros de Lovecraft… Estamos condenados, se está acercando, Keibert. ―Mafer miró la pantalla y a pesar de que su vista era casi ciega, con sus iris antes azules y ahora de un color celeste casi blanco, observó a Keibert con una profunda y penetrante mirada que lo atravesaba hasta la médula―. Reflexiona, Keibert… piensa en lo que hiciste, yo haré lo mismo… ―Y se desconectó de la sala virtual.
Siendo criaturas penadas a una condena aparentemente injusta, trascendente y universal, dictada por un monstruoso dios cósmico que los tenía en su mira; los cinco humanos, ―únicos conscientes y testigos de la existencia de Heaxia―, sintieron el peso de las cadenas del universo, colgándoles del cuello y las piernas, como si los mismos grilletes fueran los planetas más pesados de una galaxia lejana.
Desde la última conversación, desde aquella abrumadora y terrorífica entrevista con aquello que los veía, ninguno de ellos volvió a hablarse de nuevo, encerrados en otra prisión mental, protegiéndose de los pensamientos ajenos de sus iguales.
Keibert pasaba horas pensando en sus propias deducciones y teorías. Aquello en el espacio sabía lo que él había hecho, algo que lo hundía en la condena universal de la que no podía escapar… ¿Cómo era posible que supiera?¿Acaso Heaxia era realmente un dios? ¿El mismísimo Dios que se hacía presente hacía ellos como un ejecutor?
Entonces… ¿Qué venía a continuación? Sus compañeros también habían pecado, ―al parecer―. La espera de Heaxia lo mataba por dentro.
Cada día que transcurría, Keibert volvía a observar por su telescopio. A pasos agigantados, el Planeta Fantasma se hacía cada vez más grande, el dios del espacio se aproximaba, buscándolos para aprisionarlos en su morada fantasmal.
Las sombrías presencias habían dejado de aparecer, quizá el dios se había dado cuenta de lo que hacían para advertirles y los ejecutó en Heaxia. Pobres almas en desgracia, ¿correría él con la misma suerte?
Un aparente día común y corriente, Keibert se despertó de la cama, sintiendo una intensa y extraña luz purpurea y rojiza entrando por la ventana.
Al abrir los ojos, se le puso la piel de gallina, se le erizaron los vellos y gruesas gotas frías le recorrieron la espalda y la frente… ¿Ya estaba allí?
Asomándose con miedo, subió la mirada al cielo. A pesar de que las nubes se divisaban en lo que anteriormente para él, ―era un cielo azul―; ahora como un gigantesco ojo colosal, el Planeta Fantasma se endiosaba apartando los nubarrones del cielo, destiñendo el hermoso azul celeste, tornándolo en un espeluznante rojo púrpura de naturaleza infernal.
Una punzada en el pecho casi le hizo desmayar, los ojos se le aguaron y estuvo a punto de soltar un chirrido de miedo.
Justo en ese instante, su teléfono celular comenzó a vibrar, indicando una urgente llamada entrante en su grupo de Whatsapp. Temblándoles las manos, tomó el aparato contestando la llamada.
Tsutomu Matsuoka había iniciado la reunión, solicitando que todos activaran sus cámaras.
―Mina–san… ―Inició la conversación, muy nervioso, llevaba otra vez puesta su máscara de Hannya―. Quería comunicarles esto con mayor formalidad, pero como pueden ver… el Shinigami ha llegado antes de lo que pensaba. ―Soltó una risa nerviosa, que casi pareció un llanto―. No se preocupen, ya lo sé todo… Sé lo que hicieron y también sé cómo podemos salvarnos… ―decía en un tono de alegría confusa e inocente.
―¿De qué está hablando Mr. Matsuoka? ―preguntó Ronny Walker, quién parecía haber envejecido cinco años desde la última vez que hablaron.
―Conozco todo lo que hicieron… ―respondió el japonés, señalándolos a cada uno de ellos―. Somos malos… muy malos… ¿verdad, Mafer? Tú también lo sabes… ―puntualizó ahogándose en sus palabras.
―No… no… yo no sé nada. Yo no he hecho nada… ―contestó la argentina, con una desesperante sospecha.
―¡Amigos, cálmense! ―gritó Nadia, intentando menguar el ambiente―. Les enviaré una guía espiritual con un paso a paso para crear una barrera espiritual y así el planeta no nos… ―Calló de golpe, cuando Keibert le gritó.
―¿Te puedes callar de una puta vez, Nadia? ―vociferó enojado, estaba cansándose de ella―. Ninguno de nosotros cree en tus estúpidos remedios homeópatas y medicina espiritual con protecciones divinas de mierda… Esto es real, ¡Coño! ―Gotas de saliva saltaron de su boca hasta el teléfono que sostenía con sus temblorosas manos.
Tomuma no pudo evitar reírse, su desquiciada voz culminaba la discusión, retomando la charla inicial.
―El dinero que ahorré toda mi vida… dinero de mi familia, de mi hermano, mis padres y mi abuelo, la herencia Matsuoka. Todo lo gasté estos últimos meses… No fue un despilfarro, fue una inversión, investigué mucho. Descifré el secreto que ocultan cada uno de ustedes. ―Levantaba los dedos de la mano, enumerando cosas en su cabeza―. ¿Por dónde empiezo? ―Se preguntó a sí mismo, rascándose la nuca.
Keibert tragó saliva, el miedo que sentía desde antes se había mezclado con una ansiedad tan aguda que le generaba una descarga eléctrica nerviosa en las manos y la mandíbula.
―Debo agradecerte, Keibert-kun. De no ser por ti, nunca se me hubiese ocurrido contratar a expertos hackers para investigarlos a ustedes… ―mencionó Tsutomu.
Luego sacó una libreta negra mostrándola en pantalla, pasando las hojas lentamente para revisar sus propias anotaciones.
―Ah cierto, también gracias a Mafer-san, busqué por todo Japón a poderosos psíquicos que pudieran replicar al menos una conexión astral como la que hiciste antes… ¡Les informo que lo logramos! ―expresó con emocionante acierto―. Contraté a un chamán taoísta que residía afortunadamente cerca de mi residencia. Por varios días, estuve influenciando a Dong An-san en los hallazgos de Heaxia, leyendo mi mente y replicando mis hábitos, él pudo conseguir ver el Planeta Fantasma ―narraba con una escalofriante emoción.
Del otro lado de la pantalla, Mafer se horrorizaba con lo que explicaba el japonés. Había traído a un pobre inocente a las jaulas de Heaxia.
―Fue así, como una noche después de intentar realizar conexiones cósmicas con su Tao y el cosmos… nuevamente, Heaxia habló conmigo a través de Dong An-san. ―echó otra carcajada ahogada, pasándose las manos por el cabello, peinándolo hacia atrás―. El shinigami… el ente cósmico, el verdadero Kami-sama, ¡Dios! ―gritó alzando las manos―. Eso que nos ve, vaga por el universo devorando planetas, ¡El planeta de la muerte! ―volvía a vociferar
A Keibert le vino a la mente, ―como un reflejo de asociación―, recordar esos personajes de mangas y cómics que también devoraban planetas, Galactus de Marvel y Unicron de la saga de Transformers. Un pensamiento diáfano que intentaba despojarlo de su miedo y nerviosismo.
―Pero Heaxia no destruye planetas, oh no… Va más allá. Es un dios dimensional que aparece en cada galaxia, buscando formas de vida, y que solo puede ser visto por aquellos osados y desalmados que han cometidos atroces crímenes en contra de los conceptos de la vida… ―puntualizaba con cuidado, hablando despacio para que lo entendieran―. Dong An-san pudo ver al Planeta Fantasma, porque leyó mi mente y fue influenciado, poco después dejó de verlo. Pero si lo analizamos con mucho cuidado, cada criminal en el planeta tierra, cada asesino, ladrón, violador… Debería ser capaz de ver a Heaxia. Claro, la mayoría de esas personas están encarceladas o quizá no tienen los medios o el tiempo para comprar un telescopio y echarle un vistazo a la majestuosidad del espacio, ¿entienden a dónde quiero llegar, mina–san? ―preguntó con una sonrisa detrás de su máscara.
―Nosotros no somos ningunos criminales. ¿En qué demonios estás pensando? ¡Estás demente! ―resaltó Ronny Walker, ofendido.
―Me alegra que lo pregunte, Walker-san. Empecemos con usted. ―Inició el desvelo de información, pasando las páginas de su libreta de un lado a otro―. Con la ayuda de los hackers que contraté, cargué le peso de sus pecados en mi mente, saqué muchas conclusiones y… ―Comenzó a reírse―. Sí que es verdad que somos excelentes compañeros de crimen. Walker-san, de entre todos nosotros, usted es el que más asco me da, su pecado es grave, no tan atroz como los demás… no, esperen… olviden lo que dije, es igual de morboso y terrible. Usted merece morir o ser torturado… ―Reflexionaba en su cabeza antes de continuar hablando.
―Más te vale que no digas ni una sola pala… ―Tsutomu lo calló de golpe.
―¡Eres un pederasta! ―arrojó sin dilación―. Quizá suene común, a muchos hombres les gustan las jovencitas, en Japón es más común de lo que piensan. Pero Walker-san ha sido acusado de muchas violaciones, abusos y acosos a menores de edad ―habló con pausa, resaltando el asco que le generaba el estadounidense.
En la pantalla de Ronny Walker pudo verse como el señor caía al suelo y su teléfono resbalaba, hasta que volvió a tomarlo.
―Es mentira… ¡No le crean! ―gritó Ronny Walker.
―Si no fuera verdad, Walker-san. ¿Entonces cómo es que usted puede ver al planeta Heaxia? Incluso antes de que nosotros lo descubriésemos. ―Esa sola pregunta silenció a Ronny Walker.
De inmediato, apagó su móvil y se desconectó de la reunión.
Tsutomu asintió, confirmando la información de Ronny Walker y prosiguió a hablar.
―Continuemos con Nadia-san. ―Apuntó sus ojos a la pantalla de la australiana―. Nunca confié en ti, Nadia-san. Mi corazonada estaba en lo correcto, sentía que eras una estafadora, vendiendo tus cursos de Reiki y lecturas de tarot, tus protecciones y baratijas espirituales… Y la verdad me sorprendió mucho, no eres estafadora, eres aún peor que eso… ―comentaba, respirando con una decepción su tono de habla.
―No sé qué te han dicho de mí, pero… ―Sus ojos miraban a todas partes, como buscando a alguien que la vigilaba. Una simple reacción nerviosa.
―¿Es mentira? ¿Igual que Walker-san? No juegues conmigo, Nadia-san. ―Esta vez su respiración acompañó un enojo defensivo―. Mina–san, todo ese negocio de Nadia Wulf-san, vendiendo cursos con lecturas de tarot, piedras preciosas de protección y talismanes con medicinas naturales, no es más que una fachada… ―Movió las manos haciendo un gesto para que olvidasen ese negocio―. Esta mujer, dirige una poderosa red de distribución y fabricación de drogas en Australia, sus cursitos son una forma de lavar su dinero personal sin sospecha alguna… ¿Ha matado personas? Quizá no, pero quienes trabajan para ella, seguro pueden ver a Heaxia con mucha claridad. ¿O me equivoco, Nadia-san? ―preguntó con suspicacia.
La expresión de Nadia Wulf lo decía todo. Su natural rostro pacífico y preocupado, se había convertido en una iracunda faceta que no encajaba con la personalidad que todos conocían.
De igual manera, apagó la cámara y se silenció en la llamada.
―Sin comentarios… lo supuse ―dijo Tsutomu―. Pasemos ahora con Mafer-san. Tu caso me dio escalofríos, sinceramente, creo que eres la peor. Esas lágrimas que tienes son una muy buena actuación, de entre todos nosotros, eres la verdadera villana, el demonio en persona… ¡Akuma! ―resaltó mucho la palabra, acentuando la maldad que ocultaba la argentina.
―Lo que sea que te haya dicho ese monje o psíquico… Es imposible, no se puede hablar así como así con el cosmos… ―Tartamudearon tanto sus palabras que fue evidente el intento de protegerse.
―¡Damare! ―La calló con un grito―. Keibert-kun… ―Ahora se dirigía a él de manera amistosa―. ¿Alguna vez sospechaste de tu amiga hispanohablante? No verdad… Todos creíamos que era una excéntrica farsante, no me creía nada de sus patrañas astrolingüisticas hasta ese día que Heaxia la poseyó ―argumentaba secándose la frente por debajo de la máscara―. Me sorprendía que tuviese tantos seguidores en sus redes sociales, no juzgo los gustos de las personas, pero, ¿tantos? Me causaba gracia pensar que la gente te seguía para burlarse… Después me tuve que tragar mis palabras. ―Agachó la cabeza con pena y vergüenza―. No sé si tus seguidores son estúpidos o ciegos, lo que sí sé es que son fieles… borregos en filas yendo al matadero. ―Imitó con las manos unas filas encaminadas.
―Mis seguidores tienen fe en los astros y los mensajes que los habitantes del cosmos nos regalan ―reafirmaba Mafer, sus lágrimas habían desaparecido.
Keibert se daba cuenta que a pesar de que Tsutomu era él que llevaba la máscara puesta, a Mafer se le caía la suya con más facilidad.
―Keibert-kun… ¿Sabías que María Fernanda Zenarraga-san, ha instaurado una religión ilícita e ilegal en toda Latinoamérica? Quizá hayas escuchado hablar de ella, se autoproclaman Los Hijos del Cosmos, ¡Los Cosmitas! ―Levantó las manos y luego las junto, rogando al cielo como una burla.
―¡No hay nada de malo en proclamar la fe del cosmos con personas que comparten tus mismos dogmas y creencias! ―Su tartamudez se había esfumado también―. ¡Tener fe y crear una iglesia no es ilegal! ―decretaba furiosa.
―Lo es cuando obligas a tus seguidores a practicar suicidios masivos y sacrificios en nombre de deidades cósmicas que no existen. ―Esa afirmación fue como un escupitajo en la cara de la argentina―. Ni la cienciología se atrevió a tanto… ―comentó esperando una respuesta.
―Es… es la voluntad. Mis cosmitas lo hacen por voluntad propia ―juraba, pronunciando con un auténtico y nervioso tartamudeo.
―¿Así le llaman ahora a la manipulación de masas? Voluntad propia… Eres peor que un político, eres una oportunista que juega con los sentimientos y la fe de los demás. Eres una asesina sin remordimientos… Eres mala… ―concluyó acabando la conversación.
Tsutomu clicó en su teléfono celular silenciando a propósito a Mafer, él sabía que ella no iba a parar de hablar y contrargumentar.
―Bien… Quería dejarte de último, mi amigo, Keibert-kun… Mi único nakama… ―Su voz se quebró por un segundo, se sentía afligido―. Pero decidí contar mi crimen primero, ¿Por qué? Se preguntarán… Keibert-kun es un excelente hacker, ha ocultado su información muy bien y a quienes contraté les costó muchísimo encontrar información sobre él. Por lo cual tuve que sacar mis propias conclusiones, las diré más adelante… Primero mi historia. ―Se señaló el pecho, palpándolo con su mano izquierda.
Con suma delicadeza, las manos de Tsutomu se posaron en su nuca, desatando suavemente el cordón que ataba la máscara de Hannya a su rostro. Como si el video estuviese en cámara lenta, Tomuma sostuvo la careta de madera librándose de su mascarada identidad. Al destapar su rostro, la luz del teléfono resaltaba con sombras, sus marcados rasgos faciales: tenía una gigantesca quemadura en la mitad de su rostro, que había derretido parte de su labio derecho y había despojado de vista a su ojo, dejándolo al igual que un cristalino huevo blanco.
Torciendo la mirada, Keibert se preguntaba a quién estaba viendo realmente. Cuando investigó a Tsutomu Matsuoka no consiguió ningún registro de una accidente o malformación en su rostro, ―de hecho―, en sus redes sociales y papeles oficiales del gobierno japones, figuraba su fotografía estándar como la de un carnet común y corriente, un típico hombre nipón con rasgos corrientes, de unos cuarenta y pico de años.
―Yo no soy Tsutomu Matsuoka… Ese es mi pecado ―confesó con un gran pesar en su mirada―. Tsutomu-kun es mi hermano, aniki…―Sollozó un poco y respiró profundo―. Mi nombre es Kowaki, soy su hermano gemelo. Cuando era solo un niño, tuvimos un accidente de tráfico, mi padre murió y yo… Bueno, yo me convertí en esto. Un deforme ser humano despreciado por su madre… Nunca entendí por qué me odiaba tanto, ella fingió mi muerte para mantenerme encerrado en casa. Mi aniki era el único amigo que tenía… ―Se tocaba el pecho con angustia, arrugándose la camisa―. Yo quería a mi madre, pero es muy doloroso ser despreciado por la única persona en la que piensas cuando tienes miedo y necesitas cobijo o un consuelo. Tsutomu-kun era una buena persona, me contaba todo, cuando hablaba de Dragon Ball con sus amigos en el colegio, cuando trataba de ligar con una chica en la universidad y el campamento militar… y sus trabajos… ―Apretó tanto los labios que retuvo un fuerte pesar en llanto―. Lo conocía tanto que podría escribir un libro sobre él, lo conocía tanto que podría dar cátedras de la vida y obra de Tsutomu Matsuoka… Lo conocía tanto que podría… ―Su ilusión le hacía brillar los ojos.
―Que podrías reemplazarlo… ―Keibert completo la frase de Kowaki.
―Wakatta na… Entendiste. ―Asintió, pestañando con pesados párpados―. Mi admiración a Tsutomu-kun fue tanta, que se convirtió en envidia, todos amaban a aniki… Nuestra madre ya había muerto, no tenía nada que perder… Entonces… ―Dejó la pregunta en el aire.
―Lo asesinaste para suplantar su identidad… ―asumió Keibert, entretanto una gota de sudor le bajaba de la frente a la barbilla.
―Iie… Te equivocas, no sería capaz de matar a mi aniki… ―Kowaki se levantó de la silla donde estaba sentado, sostuvo el teléfono celular con sus manos desorientando la visión.
El misterioso impostor hizo un corto recorrido por las habitaciones oscuras de su casa tradicional, abriendo puertas en las sombras. Se escuchó el chasquido de una lámpara que se encendía con cuerda, iluminando el cuarto con una luz amarillenta.
―Aquí está Tsutomu. ―Señaló Kowaki, enfocándolo con la cámara de su teléfono.
En una habitación llena de moho, sobre una harapienta cama vieja y sucia, un desnutrido y delgadísimo hombre estaba recostado. Llevaba ropas ligeras, ―parecidas a las de un hospital―, no tenía cabello y una barba larga enmarañada le cubría las facciones hasta el cuello. El pobre de Tsutomu respiraba a través de una sonda nasogástrica y se alimentaba con suero y vitaminas, parecía una especie de momia viviente.
―Aniki… ―Le sobó el rostro con los dedos―. Mira, ellos son los amigos que te conté. Ese es Keibert-kun… ―Tocaba la pantalla, sonando el cristal del teléfono con su uña.
En ese punto, Keibert estaba pálido, anonadado y sin palabras. Sintió como todo el cuerpo se le puso frío como un tempano.
―Este es mi secreto, mina–san… ―Kowaki se sentó en la cama al lado de su hermano―. Lo que nos lleva al protagonista final de las conclusiones criminales de nuestra historia… ―Se alzaba de hombros en un tono humorístico, su rostro de perfil en la tenue luz amarilla de la habitación lo hacía ver más parecido a las fotografías de Tsutomu―. Mis hackers investigaron mucho a Keibert-kun, no encontraron nada, eres un aparente muchacho bueno en todos los sentidos. Con ese pequeño detalle de que puedes ver a Heaxia… Debes estar ocultando algo muy terrible ―deducía con suspicacia, llevándose una mano al mentón, pensativo y tentativo―. Y dado a que siento que tú y yo nos parecemos mucho, personas dedicadas y disciplinadas, asumí que nuestros pecados también eran similares… Es aquí cuando hice mis deducciones, Keibert-kun… ¿Quieres confesar o deseas que continue especulando? ―Le preguntó a su amigo.
El venezolano negaba con la cabeza de un lado a otro, un acto reflejo que no podría identificar si respondía a que no quería hablar o a que Kowaki no siguiese preguntando.
―No quieres hablar, está bien… No es fácil confesar este tipo de cosas ―manifestó, sobando de nuevo a su hermano―.
No solo el sudor frío le bañaba el rostro, las lágrimas empezaban a acumularse en los ojos de Keibert, estaba casi sin respirar.
―Eres un excelente muchacho, ayudas a los demás, tuviste buenas calificaciones en el colegio y la universidad, haces deportes de vez en cuando, inteligente, saludable… Eres como mi aniki… Un historial impecable… No pude conseguir nada sobre ti… No obstante… ―Levantó el dedo, girando el rostro hacia la cámara―. Conseguí una noticia que llamó poderosamente mi atención. Un pequeño reportaje que habla sobre tu familia… La misteriosa desaparición de tu madre y tu hermana… ―Dejó el suspenso en el aire, esperando ver la reacción de Keibert, el muchacho estaba paralizado, mudo y estupefacto―. Esto es una mera especulación, pero al sentir que nos parecemos tanto, te pregunto… ¿Qué hiciste con ellas, Keibert-kun? ¿Dónde están? ―preguntó curioso.
―No… Ellas murieron… ―contestó en voz muy baja.
―Entonces, ¿Por qué no hay noticias o registros de sus funerales? ―soltó otra pregunta capciosa―. Admito que la policía tampoco colaboró mucho investigando a fondo esa desaparición, problemas de corrupción probablemente… El caso fue cerrado y te dejó libre para hacer tus fechorías, ¿No es así, Keibert-kun? ―Volvía a insistir, acercándose a la cámara―. Y bien… ¿Dónde las tienes? ¿Qué pasó con ellas? ―Abría los ojos con perturbadora curiosidad.
Las manos de Keibert cubrieron su mirada, empezaba a llorar en silencio.
―Gomenasai, Keibert-kun… Entenderé si no quieres decirnos la verdad, pero es muy desconsiderado de tu parte… Todos estamos expuestos. ―Alzó las manos, arrojando un suspiro con ironía―. Hablando de todos… Dejé lo mejor para el final, es una pena que Walker-san se haya ido, tenía preparada una sorpresa ―declaró solemne.
La atención de los demás, volvió a caer con miedo encima de Kowaki Matsuoka. El impostor había presionado un botón para activa el audio y las cámaras de Nadia y Mafer.
―En pocas horas Heaxia pasará a través de la Tierra y devorará a todos los pecadores y criminales. Viviremos una eternidad de sufrimiento viviendo en el Planeta Fantasma… Sin embargo, encontré la solución para salvarnos. ―Kowaki se levantó de la cama y de dirigió a una cómoda, abriendo una de las gavetas―. Espero que ustedes también sean ateos, porque mi solución es bastante radical, pero prefiero dejar mi destino en mis propias manos a ser comido por algo que no comprendo del todo. ―Enseñó en cámara una pistola.
Sin remordimiento alguno, posó la pistola en la cabeza de su hermano Tsutomu, ―que dormía plácidamente―, y jaló el gatillo, desparramando sus sesos en las sucias sábanas amarillentas.
―Esta es la solución… ―Se puso el cañón de la pistola en la sien―. Si no hay alma que pueda llevarse, nos libraremos de su prisión… ―concluía con maníaca deducción.
―¡No vamos a suicidarnos! ―gritó Mafer desde el teléfono.
―Oh, pues mira quién habla… ―Le respondió con ironía―. Sé que no son lo suficientemente valientes… o cobardes para hacerlo… Con lo que me quedaba de dinero, contraté a unos sicarios que dentro de poco los visitarán ―confesó, sonriente, como si de verdad les diera un regalo―. Son muy profesionales, ellos también pueden ver a Heaxia por si se lo estaban preguntando. Les expliqué todo y estuvieron muy felices en recibir esa gran cantidad de dinero para sus familias. Después de matarlos a ustedes también se quitarán la vida, sean comprensivos y no opongan resistencia, por favor… ―solicitaba con amarga gratitud―. Les aconsejo que disfruten estos últimos días, estas últimas horas antes de despedirse de este mundo. Espero de corazón que no crean en el infierno, aunque si de verdad existe, me encantaría que nos encontrásemos allá y no en las carceleras fauces de Heaxia… Sayonara, mina–san. ―Posó el revolver en su sien y jaló el gatillo.
El estallido salpicó de rojo la cámara, el teléfono siguió transmitiendo, hasta que, ―uno a uno―, abandonaron la llamada.
Agobiado y con un dolor en el pecho que bajaba hasta su estómago como un retorcijón nervioso, Keibert se levantó del asiento, dio unos pasos caminando en su habitación, observando por última vez su telescopio Bresser Classic.
Ya no había vuelta atrás, el daño estaba hecho… Hubiese sido mejor no haberse enterado de la existencia del Planeta Fantasma que iba a por él.
Sin esperanza alguna, ―sabiendo que en cualquier momento tocarían su puerta para asesinarlo―, Keibert entró a la ducha para darse un extenso y relajante baño, se vistió con una elegante y cómoda franela, se perfumó y peino, bajando las escaleras de su casa.
Dio una vuelta por un pasillo, entrando a la lavandería, con un poco de esfuerzo apoyó su hombro y los brazos en un estante, arrimándolo poco a poco, hasta descubrir una puerta secreta en el suelo.
Keibert destapó la puerta de metal, desplegando unas escaleras que llevaban a una habitación oculta en una especie de sótano o bunker.
Mientras avanzaba en el pasillo, las luces se iban encendiendo automáticamente. Al final del largo corredor, abrió la puerta iluminando la habitación entera. Un cuarto amoblado de pies a cabeza, como esas salas especiales en los manicomios. La habitación olía extraño, una fuerte mezcla de aromatizante de vainilla, sudor y excremento humano.
Adelante del chico, encima de par de camas, dos mujeres se encontraban amarradas y amordazas con cadenas en las muñecas y los pies, ―completamente desnudas―. Una señora de unos cincuenta años y una chica de unos veinticinco. A pesar del cautiverio, estaban nutridas, aparentemente sanas y limpias, a excepción del excremento que más pronto que tarde Keibert limpiaría.
Con cuidado, el chico retiró los antifaces que cubrían el rostro a las mujeres. Ellas le devolvieron la mirada con un temor tan acostumbrado al maltrato y al abuso, que la monotonía reflejaba un asco adverso y angustioso.
―Mamá… hermanita… ―pronunció Keibert, sollozo―. Me descubrieron… se acabó ―confesó llorando, entre tanto comenzaba a desvestirse―. Vienen a matarme porque he sido malo con ustedes… ―Terminó por desvestirse―. Antes de partir, moriré haciendo lo que más me gusta hacer… Las quiero tanto… ―Y se abalanzó sobre ellas con una retorcida mirada sádica y pervertida.
FIN